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De buena mañana. 27 marzo. 15 minutos.

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  (De buena mañana) 15 minutos. - Creo que no he tenido, y por suerte, 15 minutos de fama. Pero cada año tengo, por estas fechas, mi cuarto de hora extra de sueño. De las virtudes o despropósitos del cambio de hora no puedo hablar pues tiende a ser un mejunje interdisciplinar en el que intervienen tanto físicos como cosmonautas; de psicólogos emocionales a tertulianos de la televisión y hasta el portero de las casas de Chamberí y de Salamanca tiene su argumentadla queja. Yo que no soy nada, no tengo opinión de ello porque tampoco este cambio me crea un trauma. Ayer estaba leyendo a las ocho con una luz natural que pasaba gozosa, juguetona y primaveral por la ventana. Me quedé leyendo en la cama hasta las doce y algo y esta mañana he demorado quince minutos, los de Warhol, los de la fama, mi aterrizaje, mi toma en contacto con el suelo. Y tan pancho. No necesito cita para el psicólogo. - He leído en menos de un día el libro estrella del momento o, por lo menos, uno de esos que en las c

Amarilla muerte

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(Artículo publicado en la sección Club Diógenes de El Diario de Ávila el martes 13 de febrero de 2018) “Mi corazón parece un árbol negro lleno de pájaros amarillos que chillan y taladran mi carne como en un martirio”. Lo dice Manuel Vilas en Ordesa, un recientísimo libro que salió publicado por Random House a finales de enero, y que lleva todo el camino de convertirse en uno de los hallazgos literarios del año (a la hora de redactar este artículo la imprenta vomitaba con velocidad ya la cuarta edición). ¿No es increíble? ¿No es envidiable? ¿Jubiloso? Mucho. Se atribuye a Larra la tergiversada frase de “escribir en España es llorar” y nos alegramos, por ello, de que al fin el bueno de Manuel Vilas, el contumaz, sarcástico, incisivo y polémico Vilas se lleve una alegría con este éxito repentino y merecido. Pero es que, además, en su caso, escribir es llorar. Y no es ahora ni una metáfora ni un cliché, de esos que usan con tanta frecuencia los periodistas actuales. Escribir es llorar

Rey de picas: más de lo que parece.

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Lo que nos ofrece la celebérrima escritora estadounidense Joyce Carol Oates en su nueva entrega resulta, analizada a fondo, una pieza magistral de ingenio y de juego lector: la pieza del puzzle que ha de buscarse antes de caer en esa típica actitud que reniega de lo fácil. No niego que esta nueva novela que acaba de publicarse en castellano en el sello Alfaguara / Random House sea fácil en cuanto a la lectura: de hecho, en mi caso, la he devorado en dos días y, creedme, no soy de los que frecuenta ni los best sellers ni esos tomazos de verano que la gente absorbe cual jarra de gazpacho. La novela se lee rápido porque es interesante, porque es un juego sutil que nos invita a la continuación y porque nos obliga, como lectores, a desentrañar con habilidad sus recovecos. Dicho esto, y reitero, habrá lectores para los que la Oates ha lanzado al mercado un producto menor, algo de consumo. Y, en efecto, dos aspectos juegan en su contra: el primero es externo y reincidente: hablamos de la eter

Bienvenido, pingüino

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Artículo publicado en El Diario de Ávila el martes 19 de abril de 2016 dentro de la columna Club Diógenes)  Permítanme que escriba hoy un artículo inusual, tal vez anodino para esta columna, irresponsable y desenfocado para la que está cayendo. Hoy hablaré de pingüinos. Soy así, me gusta mirar a los márgenes cuando otros miran al centro o establecer mi centro cuando otros se acomodan en la periferia.  Me aburre, por más que haya que hacerlo, hablar de los politiquillos o banqueros que usted y yo conocemos, del desgobierno y tantas otras cuitas. Uno, qué lo vamos a hacer, tiene sus querencias, sus manías y vuelve siempre a lo mismo.  Para mí un pingüino tiene olor a polvo, a viejo papel que amarillea por los efectos inevitables del tiempo y la lignina, a cubiertas anaranjadas que van cuarteándose en las estanterías. Los pingüinos son momentos pasados con Dickens, con Chesterton, con D. H. Lawrence, con el Conan Doyle de Sherlock e incluso algún con algún quijote en lengua inglesa