Bienvenido, pingüino

Artículo publicado en El Diario de Ávila el martes 19 de abril de 2016 dentro de la columna Club Diógenes)

 Permítanme que escriba hoy un artículo inusual, tal vez anodino para esta columna, irresponsable y desenfocado para la que está cayendo. Hoy hablaré de pingüinos. Soy así, me gusta mirar a los márgenes cuando otros miran al centro o establecer mi centro cuando otros se acomodan en la periferia.  Me aburre, por más que haya que hacerlo, hablar de los politiquillos o banqueros que usted y yo conocemos, del desgobierno y tantas otras cuitas. Uno, qué lo vamos a hacer, tiene sus querencias, sus manías y vuelve siempre a lo mismo.

 Para mí un pingüino tiene olor a polvo, a viejo papel que amarillea por los efectos inevitables del tiempo y la lignina, a cubiertas anaranjadas que van cuarteándose en las estanterías. Los pingüinos son momentos pasados con Dickens, con Chesterton, con D. H. Lawrence, con el Conan Doyle de Sherlock e incluso algún con algún quijote en lengua inglesa, si me permiten la irreverencia. Un pingüino es un Shakespeare al que se le han caído ya unas hojas porque el paso de los años desteje la memoria y juega con los hilos de las encuadernaciones perdiendo graves palabras pronunciadas por Hamlet u Ofelia. Un pingüino es ese libro que ya has revisitado y por el que ya no volverás a transitar pero que ejerce la imponente labor de guarda jurado y sostén de tus estanterías. Un pingüino es un clásico, un logotipo en blanco y negro con los brazos (¿o son alas?) despegados del cuerpo y el pico enarcado con juguetona solemnidad. Un pingüino…

 Un pingüino es, supongo que ya lo han adivinado, Penguin Books, la gloriosa colección de libros populares surgida en la Inglaterra de entreguerras como un antídoto ante la escasez de volúmenes duraderos, baratos e intelectualmente provechosos. Los primeros libros de la colección se imprimieron en 1935. Son varias las causas de su éxito: su precio, el hecho de que haya sido siempre una colección desordenada (no hay cosa que le fascine más a un inglés que algo que le saque de sus casillas) y sus cubiertas sencillas pero visualmente atractivas con ese pajarraco que le da título sobre fondos chillones anaranjados. Con el tiempo, su catálogo se fue poblando de clásicos, novelas de intriga, libros de filosofía, manuales o antologías. Y por aquí, salvo cuando venían de importación o los traíamos de Inglaterra, no le veíamos el pico a un pingüino.

 Hace menos de dos años el poderoso grupo editorial Random House Mondadori lanzó al fin en castellano la colección Penguin clásicos. Y no lo ha hecho con uno o dos ejemplares sino que se ha cuidado de conquistar toda la historia de la literatura. Toda. Sin numerar, pero con acabados ya más cuidados que en su patria de origen, nos llega una Armada Invencible a la inversa en la que navega un tropel alucinante de clásicos a precios imbatibles. Contra estos no podremos luchar. No son molinos, verdaderamente son gigantes. Así que será mejor rendirse en la batalla y en el ya cercano Día del Libro (o día de Shakespeare o Cervantes), regálese o regale un pingüino en su librería. Bienvenido al fin, pingüino.

David Ferrer




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