De buena mañana. 27 marzo. 15 minutos.

 (De buena mañana) 15 minutos.

- Creo que no he tenido, y por suerte, 15 minutos de fama. Pero cada año tengo, por estas fechas, mi cuarto de hora extra de sueño. De las virtudes o despropósitos del cambio de hora no puedo hablar pues tiende a ser un mejunje interdisciplinar en el que intervienen tanto físicos como cosmonautas; de psicólogos emocionales a tertulianos de la televisión y hasta el portero de las casas de Chamberí y de Salamanca tiene su argumentadla queja. Yo que no soy nada, no tengo opinión de ello porque tampoco este cambio me crea un trauma. Ayer estaba leyendo a las ocho con una luz natural que pasaba gozosa, juguetona y primaveral por la ventana. Me quedé leyendo en la cama hasta las doce y algo y esta mañana he demorado quince minutos, los de Warhol, los de la fama, mi aterrizaje, mi toma en contacto con el suelo. Y tan pancho. No necesito cita para el psicólogo.
- He leído en menos de un día el libro estrella del momento o, por lo menos, uno de esos que en las culturetas historias de las redes sociales magnifican como el súmmum de todo. Por suerte, es un libro rápido al que podría haber dedicado esos quince minutos de la mañana, ni uno más, y me hubieran sobrado tiempo y ganas. Leo que alguien pide (súbito, santo súbito) para esta escritora el Premio Cervantes. Otro se siente avasallado por el libro. Existe una expresión castellana maravillosa para contar mi experiencia lectora sobre este libro de corazones dañados: a mí ni fu ni fa.
- No han pasado 15 minutos sino ya un par de décadas que abandoné, en la temporada lógica, la de los toreros en plenitud, las aulas de la Universidad de Salamanca. No hay espacio para la nostalgia a los 25 pero doblando esa edad tiende uno a manifestar ciertas inquietudes melancólicas, que mejor es no airear. Estaba convocada el sábado la asamblea de socios de Alumni, que agrupa previo pago a casi cuatro mil antiguos alumnos de la venerable institución. Aula Unamuno. Edificio antiguo. Solemnidad escasa: lectura del orden del día, aprobación de balances y cuentas y propuestas para el mismo año. Yo era el más joven. Lo dicho: no se tienen nostalgias universitarias a los treinta. Muchas a los cincuenta, sesenta y setenta. Estaba por allí el antiguo vicerrector, que me saludó y me reconoció con una sonrisa. Los quince minutos de fama se los dimos Vicente, un amigo y compañero de estudios de esa época y yo, cuando hace tantísimos años le destapamos una trama de chantaje con grabaciones incluidas en la sede de una asociación universitaria. Uno ya tenía alma de Sherlock Holmes y tiempo, demasiado, para perderlo. Esa es otra historia.
(He tardado quince minutos en escribir esta entrada. Ya basta. Voy con prisa).

© Texto y fotos David Ferrer, 2023

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Comentarios

  1. Que intriga lo que pones al final, parece una novela de espias. Es muy divertido este diario.

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