¿Poesía que vende?

Artículo publicado en El Diario de Ávila el martes 22 de marzo de 2016 dentro de la columna Club Diógenes)


“¿Nos puede decir dónde está la sección de poesía?” Hace escasos días tres adolescentes, tres, se dirigían así al encargado de libros de unos grandes almacenes. Tras años escuchando, como si fuera una salmodia o un tópico ya consolidado, mensajes del tipo “la poesía no vende”, “no interesa”, “es muy minoritario”, “no interesa a las nuevas generaciones, que son sólo digitales”, sentí el deber patriótico, a la vez bibliófilo y curioso, de saber qué leían o buscaban con tanto interés estas tres jóvenes. Apostado tras una estantería, como quien estuviera espiando una infidelidad matrimonial o el esclarecimiento de un secreto de estado, observé a las tres ninfas y vi que, en efecto, se llevaba cada una de ellas el libro de una joven escritora de poemas llamada Loreto Sesma, publicado por Espasa (creo que lleva ya dos o tres ediciones). Lo narrado, además de ser real y, por lo que parece, no infrecuente, hubiera sido anecdótico y toda una rara extravagancia en años o décadas anteriores. Pero, según consta, hay grupos de jóvenes, entre post-adolescentes y universitarios, que acceden ahora a leer entre versos y, más raro aún, los compran. ¿Qué ha ocurrido, pues, para que la poesía se haya colado de esa manera en el corazón lector de una generación que tiene menos de 25 años? 

Ayer conmemoramos el Día Mundial de este género, la poesía, si bien es esta otra de esas fechas simbólicas que sólo dan para una pequeña referencia en los telediarios. Es cierto, como advertí al comprobar lo que compraban esas jóvenes, que todo puede ser una moda, y que la elección de los autores a los que leen no va por las líneas marcadas por los cánones o las historias de la literatura. Estos grupos de lectores casi adolescentes se inclinan por autores igualmente muy jóvenes, en especial mujeres, que aportan una línea fresca de escritura muy cercana a los blogs, a las sensaciones de instagram, a las cuentas de youtube y a la canción indie; su léxico es abierto, y transita entre le metáfora y la conversación directa sobre sexo y fracasos amorosos. Tener su libro es el premio a la espera de poder escucharlos en directo en cafés o bares de copas, cuyos recintos se llenan, a la vez que las cuentas de Facebook y las carpetas reales y virtuales de sus seguidores se ilustran con versos. Y en cuanto a tales lectores, que se abstraen y arrebatan leyendo a estas nuevas promesas llamadas Loreto Sesma (de 1996), Elvira Sastre (nacida en 1992), Irene X, Diego Ojeda o Marwan (estos últimos también cantautores), yo no sé si darán el salto y seguirán leyendo a autores mayores o ya consagrados. ¿Llegarán desde aquí a Gil de Biedma o a Cernuda? ¿Seguirán un camino de profundización que les lleve hasta Leopardi? No sé, por ello, como señalaba, si este fenómeno de ventas es sencillamente una moda pasajera o sucede que, en tiempos de desventuras digitales, la lectura del verso en papel ha venido de nuevo para quedarse.

Desde hace unos años los políticos y sus asesores han conseguido, y pese a la labor de algunos profesores entusiastas, que la literatura haya quedado arrinconada en los programas educativos o que esta sea un mero apéndice memorizable con forma de cronología al servicio de otros contenidos absurdos, cuadriculados y repetitivos. No es que no exista una asignatura llamada poesía, sino que ni siquiera existe como tal una materia independiente que se llame literatura que enseñe al adolescente a soñar, a leer con emoción y a crear si fuera preciso. Quién sabe si este destierro es la clave del regreso. Lectores nuevos de nueva poesía por una nueva y genuina rebeldía.


David Ferrer






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