De buena mañana. 15 de agosto. Un día de playa, un día
(De buena mañana) Un día de playa, un día.
- No sé si por edad o por experiencias (o ambas) entro ya en ese sector que considera que los veranos y lo que conlleva están sobrevalorados: las playas, los viajes, las terrazas y las barbacoas. No entiendo cómo hace años aguantábamos esos veranos interminables, en los que ya hacía mucho calor, y te pasabas quince días sobre la arena. Con el tiempo, mis visitas a la playa han ido menguando: una semana, cuatro días, tres... Este año, un día. Y listo.
Nada más llegar, y tras sortear los problemas del aparcamiento y los sudores mañaneros, pongo pie en una de las playas gaditanas y al momento me espantan unos gritos de socorro: un señor mayor, en posición decúbito supino, como nos enterrarán a la mayoría, lanza alaridos. Que alguien me ayude, auxilio, tengo movilidad reducida... Los que estábamos alrededor teníamos también mermada la movilidad pues nos costó reaccionar. Además hay palabras que se han quedado congeladas en el tiempo y a mi lo de "auxilio" me suena a Mortadelo. En las playas, además, todo va muy lento. Pensábamos quizá que el buen hombre estaba jugando con los nietos. Pero como no había niños alrededor comprendimos pronto que la cosa iba algo en serio. Esta cadena de razonamientos y pensares transcurrió en más de largos cinco minutos en los que el hombre siguió con la letanía: Que alguien me ayude, tengo movilidad reducida. El resto de la playa ni se enteró y allí al fin, al rescate, como el Equipo A, acudimos tres o cuatro. Uno decía que lo dejaran en el suelo, por si se había roto la cadera, otro tiraba de un brazo, el otro le echaba agua por la cabeza como si fuera un torero conmocionado por una voltereta...
Llegaron al fin dos socorristas. Y pensamos: ya ha terminado nuestra labor. Podrán levantar al buen hombre y los demás iniciaremos nuestra jornada de playa. Más que de socorristas actuaron como peritos de una agencia de seguros o como confesores. Seguía el anciano tumbado y comenzaron las preguntas. Cada una se le clavaba al paisano como los espadines que llevan las dolorosas en estos pueblos del sur:
- Pero ¿ha venido usted solo, hombre?
- Pero ¿cómo viene a la playa hoy que estamos a cuarenta grados?
- ¿Y usted se cae a menudo?
Como el cuestionario no acababa, yo me temía que pronto o entraríamos en estado de shock febril por los 40 grados o que llegarían preguntas comprometedoras del tipo, pero, hombre, ¿cómo no se ha casado usted y viene a la playa bien acompañado? Así que decidí cortar por lo sano y le tendí la mano. Otro bañista me ayudó y conseguimos levantarlo ante la inacción de los socorristas.
Una vez repuesto el anciano (por las preguntas nos enteramos de que tenía 88 años) comenzó una confesión surrealista: 1. que la mujer lo abandonaba todas las mañanas en la playa y se pasaba dos horas en la orilla "rajando" (así dijo) con una amiga y que el hombre se pasaba la mañana así solito. Y 2. Que la culpa de la caída había sido mía pues me había puesto tres metros por delante y, como soy muy alto, no le dejaba ver la línea de playa y, por tanto, vigilar a su señora. De haber sido un juicio, me habrían interrogado: ¿y no es verdad que usted impidió la visibilidad del anciano y que, por ello, al moverse, se precipitó al suelo donde casi pierde la vida? Queda condenado.
Como el juicio oral comenzaba y cada cual daba su opinión, yo me alejé lentamente y los dejé allí en sus cuitas mientras el socorrista, al fin, le daba algún tipo de ungüento en la espalda. Del resto del día de playa, poco me acuerdo. Hasta el año que viene.
- En toda esta falacia del lenguaje inclusivo, choca que se use solo para lo positivo: abogados y abogadas, universitarios y universitarias, niños y niñas. Cuando las cosas se tuercen o se refieren a lo negativo, se acabó el lenguaje inclusivo. Hablaban en la radio de los incendios e informaban de la detención de una mujer como causante de uno de ellos. Sin embargo, los ministros y ministras, los consejeros y consejeras, los bomberos y bomberas seguían repitiendo todo el rato que la causa de la mayoría de los fuegos "es la mano del hombre".
- "Quien no ha visto torear en El Puerto no sabe lo que es un día de toros" dijo, más o menos, antes de los años veinte Gallito o Joselito el Gallo. La expectación allí este año ha estado desbordada, Morante mediante. De todas las iniciativas que he puesto en marcha en mi vida, y mira que han sido muchas (revistas, editoriales, webs, actividades...) la más propicia está siendo La despaciosidad www.despaciosidad.es y, sobre todo, su cuenta en X (antes Twitter). Cuando a alguien del mundillo taurino le digo "soy de La despaciosidad", se les iluminan los ojos y reconocen que me siguen. De manera que este año ha habido poca playa y mucha arena... de los ruedos.
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