De buena mañana. 16 de septiembre. Inteligencia.
(De buena mañana) Inteligencia.
- Al llegar el primer día de septiembre a mi nuevo puesto de trabajo, y casi antes de conocer las instalaciones, pregunté por la clave del wifi. Sí, eso tan extraño que tiene ya de serie hasta la peluquería marroquí del barrio, la tienda de frutas, el hostal de la esquina, la gasolinera y hasta el kioskero. Hablo de septiembre de 2023, no de 2001, una odisea en el espacio. La conserje me miró como si hubiera pedido a las diez de la mañana una ración de boquerones en vinagre o un pulpo con gulas.
- Uy, tengo que preguntarlo, pero creo que de eso no tenemos.
Siguió la orden de mando el escalafón correspondiente y me fueron confirmando las primeras aserciones:
- No, aquí no se ha puesto, nadie lo pide.
La cosa quedó ahí, no le dieron mayor importancia como si lo solicitado fuera el capricho de un diletante o como si hubiera pedido tecnología anticipada del año 2050. El lugar de trabajo es moderno, funcional, espacioso. Con esa mezcla de los arquitectos actuales entre el brutalismo y la reivindicación del ladrillo visto como obra artesana. Es, en definitiva, un edificio altamente moderno donde no hay wifi y los ordenadores son de cuando yo tenía pelo. El problema radica en que cuando mi situación capilar era altamente frondosa yo ya tenía una red inalámbrica en casa y fue instalándose poco a poco en los decenios siguientes en la mayor parte de los centros de enseñanza.
Toca ir hacia atrás en el tiempo. Buscando en el arsenal tecnológico de cables y medios que tengo por casa, rescaté un aparato que Apple lanzó antes de que llegara el año 2000. Nadie conocía por entonces en España la wifi ni el adsl ni la fibra. Pero Apple, más chula que nadie, lanzó un dispositivo al que llamaron Airport puesto que su objetivo era que internet llegara a tu ordenador sin cables. Fue un aparato que fracasó porque Steve Jobs se empeñaba en sacar cosas tan nuevas que iban por delante de lo que el público esperaba. La primera vez que lo llevé al instituto me decían que les tomaba el pelo, que eso no era posible: ¿Cómo vas a recibir un email sin un cable? Pues bien, más de veinte años después, he rescatado ese innovador aparato, lo he instalado en mi nuevo centro y he creado en diez minutos su primera red wifi. Y así la he denominado: Centro Nacional de Inteligencia (CNI). Será divertido el momento en que alguien, trasteando con sus móviles, se encuentre esa red secreta.
- Habían insistido por teléfono, por email y por carta para que acudiera a la presentación del libro de un querido poeta, ya fallecido. Una suerte de Obras completas, de esas que publican las instituciones públicas: se presentan con boato, se regalan ejemplares y el resto se almacenan. Fue tanta la insistencia en que acudiera que a medida que llegaba la hora me entró un síndrome de Jep Gambardella, ya saben, el maravilloso protagonista de la película icónica de Sorrentino: "Lo más importante que me di cuenta al cumplir 65 años es que no puedo perder más el tiempo haciendo cosas que no quiero hacer”. Esa frase la tengo tatuada en mi mente.
Llegué a la entrada del acto y me encontré la habitual concentración provinciana: unos curas, autoridades, algún militar y la cultureta del lugar. Saludé a unos y a otros no, me dejé ver. Fueron entrando al lugar, como se procede en las misas de entierro: despacio, detrás del muerto, mirando al suelo, en pequeños grupos. No había cadáver, aunque sí algunos zombies. De repente me vi en la puerta y dije: ahora o nunca. Y me fui. Me ahorré una hora larga de discursos. Creo que el buen poeta homenajeado se estaría riendo ahora mismo. De hecho, es una técnica que aprendí de él. Estar pero no estar. El ideal de la mística. Y de la inteligencia.
- Hoy destino Salamanca, a hacer la crónica del festejo. No va Morante y amenaza lluvia. Los días no pueden ser perfectos.
Recuerden la cita de Gambardella y Sorrentino: "no puedo perder más el tiempo haciendo cosas que no quiero hacer”
© Texto y fotos David Ferrer, 2023.
- Al llegar el primer día de septiembre a mi nuevo puesto de trabajo, y casi antes de conocer las instalaciones, pregunté por la clave del wifi. Sí, eso tan extraño que tiene ya de serie hasta la peluquería marroquí del barrio, la tienda de frutas, el hostal de la esquina, la gasolinera y hasta el kioskero. Hablo de septiembre de 2023, no de 2001, una odisea en el espacio. La conserje me miró como si hubiera pedido a las diez de la mañana una ración de boquerones en vinagre o un pulpo con gulas.
- Uy, tengo que preguntarlo, pero creo que de eso no tenemos.
Siguió la orden de mando el escalafón correspondiente y me fueron confirmando las primeras aserciones:
- No, aquí no se ha puesto, nadie lo pide.
La cosa quedó ahí, no le dieron mayor importancia como si lo solicitado fuera el capricho de un diletante o como si hubiera pedido tecnología anticipada del año 2050. El lugar de trabajo es moderno, funcional, espacioso. Con esa mezcla de los arquitectos actuales entre el brutalismo y la reivindicación del ladrillo visto como obra artesana. Es, en definitiva, un edificio altamente moderno donde no hay wifi y los ordenadores son de cuando yo tenía pelo. El problema radica en que cuando mi situación capilar era altamente frondosa yo ya tenía una red inalámbrica en casa y fue instalándose poco a poco en los decenios siguientes en la mayor parte de los centros de enseñanza.
Toca ir hacia atrás en el tiempo. Buscando en el arsenal tecnológico de cables y medios que tengo por casa, rescaté un aparato que Apple lanzó antes de que llegara el año 2000. Nadie conocía por entonces en España la wifi ni el adsl ni la fibra. Pero Apple, más chula que nadie, lanzó un dispositivo al que llamaron Airport puesto que su objetivo era que internet llegara a tu ordenador sin cables. Fue un aparato que fracasó porque Steve Jobs se empeñaba en sacar cosas tan nuevas que iban por delante de lo que el público esperaba. La primera vez que lo llevé al instituto me decían que les tomaba el pelo, que eso no era posible: ¿Cómo vas a recibir un email sin un cable? Pues bien, más de veinte años después, he rescatado ese innovador aparato, lo he instalado en mi nuevo centro y he creado en diez minutos su primera red wifi. Y así la he denominado: Centro Nacional de Inteligencia (CNI). Será divertido el momento en que alguien, trasteando con sus móviles, se encuentre esa red secreta.
- Habían insistido por teléfono, por email y por carta para que acudiera a la presentación del libro de un querido poeta, ya fallecido. Una suerte de Obras completas, de esas que publican las instituciones públicas: se presentan con boato, se regalan ejemplares y el resto se almacenan. Fue tanta la insistencia en que acudiera que a medida que llegaba la hora me entró un síndrome de Jep Gambardella, ya saben, el maravilloso protagonista de la película icónica de Sorrentino: "Lo más importante que me di cuenta al cumplir 65 años es que no puedo perder más el tiempo haciendo cosas que no quiero hacer”. Esa frase la tengo tatuada en mi mente.
Llegué a la entrada del acto y me encontré la habitual concentración provinciana: unos curas, autoridades, algún militar y la cultureta del lugar. Saludé a unos y a otros no, me dejé ver. Fueron entrando al lugar, como se procede en las misas de entierro: despacio, detrás del muerto, mirando al suelo, en pequeños grupos. No había cadáver, aunque sí algunos zombies. De repente me vi en la puerta y dije: ahora o nunca. Y me fui. Me ahorré una hora larga de discursos. Creo que el buen poeta homenajeado se estaría riendo ahora mismo. De hecho, es una técnica que aprendí de él. Estar pero no estar. El ideal de la mística. Y de la inteligencia.
- Hoy destino Salamanca, a hacer la crónica del festejo. No va Morante y amenaza lluvia. Los días no pueden ser perfectos.
Recuerden la cita de Gambardella y Sorrentino: "no puedo perder más el tiempo haciendo cosas que no quiero hacer”
© Texto y fotos David Ferrer, 2023.
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