De buena mañana. 21 de marzo. Unexpected.
(De buena mañana) Unexpected
- Subió primero ella al vagón, línea District, dirección Torre de Londres, y se acomodó en el asiento que quedaba al lado. De pie, en frente, continuó erguido su novio o su pareja. Como el trayecto es largo, pues es una de las líneas más prolongadas, observé sus atuendos, sus gestos, escuché sus conversaciones. Acudían a una fiesta al centro, cerca de la City. Pese a la noche fría, él no llevaba abrigo: una americana negra algo raquítica y un cuello de pajarita a tono. A partir de ahí, la cosa empeoraba. Cuando una persona va a un evento, lo primero que debe hacerse es mirar de abajo a arriba por la razón opuesta a la importancia que suele darse: la gente se preocupa mucho de la vestimenta superior y descuida lo inferior. Unos zapatos anchos, de trabajo, con unos calcetines mediocres que mostraban hasta el empeine. Un pantalón de un negro diferente, elegido quizá en esa convicción de que todo negro es negro y, total, en una fiesta todos los gatos son pardos, y todos los negros son iguales. Perdón por el chiste: el muchacho era lo que hoy algunos tontos denominan como racializados.
Por contra, ella iba bellísima. Empecé por abajo: unos zapatos nuevos con tacón finísimo, un vestido quizá no caro pero sí elegante. Demasiado. Complementos de plata. Bolso a juego. Una figura estilizada, una melena rubia que iluminaba la tardenoche londinense. Era un prodigio en este somnoliento y vespertino vagón del metro. Portaba ella las invitaciones: Annual Dinner of the Paternosters Club. No pudo resistirme a forzar el rabillo del ojo para leer acerca del evento. Quizá un club de su antiguo colegio de estudiantes (de él, de ella, de ambos, quién sabe). Los ingleses son muy dados a estas pertenencias y exclusividades. Si no eres miembro de algo privado no eres nadie.
El trayecto transcurrió de forma anodina pero la bifurcación de Earls Court, donde el metro toma una dirección u otra, despertó viejos rencores. Yo hacía como que leía los anuncios superiores mientras él empezó a enzarzarse. Parece que en la fiesta se encontrarían con antiguos amigos de ella ante lo cual él iba molesto. Iniciaron los reproches y las cargas que duraron más o menos siete estaciones. Al llegar a su destino en Mansion House, ella se levantó ágil como un puma, bolsillo e invitaciones en mano, y él la siguió. Los vi perderse por el andén camino de una fiesta. La historia para mí inconclusa.
Yo seguí trayecto hasta Tower Hill, cerca de donde tenia entradas para el teatro aquella noche: solemne, intensa, apabullante la representación de Ricardo II en el Bridge Theatre. Tres horas después tomé el trayecto inverso. ¿Qué posibilidades hay de encontrarte de nuevo a una persona, en una misma línea, en un mismo minuto, en un mismo vagón? En Cannon Street subió el muchacho de la pajarita y la americana barata. Solo. Sin ella. Me alegré. Quizá continuó la fiesta con viejas amistades del college. Quizá se fue antes a beber vino en casa. Solo ella. Sola, feliz y algo borracha. Me alegré de su fortuna y, por supuesto, de hallarle un desenlace a esta historia. Y yo siempre he sido muy partidario de las chicas rubias.
- De vez en cuando es necesario viajar solo. Es la única manera de que lo previsible se haga inesperado. Es forma de saber entenderte con uno mismo aunque sea en una ciudad abierta y tan entretenida como Londres. No hace falta irse a la selva para ello. Como ha sido fundamentalmente un viaje de trabajo, compruebo que la eficacia y rigor del funcionariado británico sigue intacta. En cada lugar, menos de cinco minutos de trámites burocráticos y una rapidez inesperada en la entrega de los materiales, documentos o libros solicitados en cada uno de los archivos y bibliotecas. A cada pregunta, en cada paso, te responden con un Sir. Thank you, Sir. May I help you, Sir? Al volver a España, me responden con un "chico", "majo", "joven". Se piensan que nos molesta cumplir años y que no queremos ser un señor, un caballero. Todo lo contrario. Soy un señor, un Sir. Un ser.
- Como hay libros por todas partes y cada día se presentan diez docenas, las circunstancias de estas presentaciones son cada vez más rocambolescas. Ya ha contado uno por aquí que no acudir a ninguna presentación es la mejor manera de que no te inviten y no te sientas obligado. Pero me lo paso pipa viendo por las redes o por la prensa local sus desarrollos. Familias enteras y vecinos arropando a la niña que ha publicado un libro de poemas inclasificables o compañeros de trabajo que no tienen otro remedio que aplaudir al compañero plasta que publica un libro de relatos con diálogos (fáciles). Esta semana he visto dos convocatorias desopilantes. Un poeta, tampoco joven ya, y con edad de tener un poco de sentido del ridículo, presenta un nuevo libro de poemas y para el acto solemne convoca como presentadora a una gran intelectual, un genio del verbo, una estrella de la investigación libresca: la ex ministra Irene Montero. Risas, risas. Por los mismos días, el poeta local (toma situaciones inversas) le presenta un libro de memorias a un exdiputado popular metido en no sé cuántos asuntos turbios. Hermandades opuestas de lo inesperado. La poesía es hoy en día una cofradía de la risa, una chirigota.
© Texto y fotos David Ferrer, 2025.
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