JGB: 8 de enero

(Artículo publicado en la sección Club Diógenes de El Diario de Ávila el martes 8 de enero de 2019)

El 8 de enero de 1990, según cuentan, porque es imposible fijar esos nimios detalles en la memoria, no fue un día especialmente frío sino más bien una jornada nublada, tristona, tan típicamente hostil de enero. Es posible que sea este el mes más cruel del año, pese a lo que digan otros. Son esas jornadas postnavideñas un vertedero en el que hasta las palabras, las cosas, y no digamos las personas, tienen un toque exhausto de decadente desubicación y todo está ya fuera de tono. Una cuesta abajo de los sentimientos donde el más bienintencionado “feliz año” tiene ya su matiz decrépito, como de baile solitario. Ese 8 de enero, hace ya 29 años, fue, sin embargo, un día frío para la poesía pero, aún con esa característica, la jornada resultó mas bien extraña. Los telediarios de la época anunciaron la muerte en Barcelona del poeta Jaime Gil de Biedma. Jaime. Las personas del verbo, Volver, algunos textos diarísticos que poco tenían que ver con lo que posteriormente saldría a la luz. Una obra exigua, intencionadamente parca y terca. Al contrario de su vida, doble, a veces gris, a veces luminosa. Poco se sabía de su enfermedad por entonces, y sus fugaces apariciones televisivas hacían, como era costumbre en esa época sin velocidad ni internet, de este autor catalán y castellano la categoría de un mito. Cuenta Miguel Dalmau en la biografía de este poeta cómo unos días después de ese 8 de enero, familiares, escritores allegados y unos pocos amigos enterraron las cenizas del poeta en el pueblo familiar de Nava de la Asunción. Aquellos pocos (the happy few) acudieron bajo el cielo azul raso a esta Nava de la provincia de Segovia, localidad cercana a los límites de la provincia de Ávila, vecina de la de Valladolid, un espacio abierto, sin límites con la llanura delimitada exclusivamente por campos, vides y pinares resineros. Un espacio amable donde descansar para la vida y para la muerte. Y, en efecto, desde entonces allí lo hace el poeta Jaime Gil de Biedma. Tras dar sepultura al mito, el que es hoy sin lugar a dudas uno de los grandes, los congregados (Marsé, Oliart y otros cuantos) dieron cuenta de un suculento cochinillo en la cercana ciudad de Arévalo. Una celebración pantagruélica que sin duda le habría divertido a Jaime, alguien que celebró a Eros y que temió a Tanatos. 


Han pasado casi tres décadas de la muerte de Jaime ese 8 de enero. La casa de la familia se vendió y, como en un Brideshead maldito, sucumbió a la especulación del ladrillo, aunque una parte queda en la calle principal como flor marchita que recuerda que antes allí había relinchantes caballos, música, tenis, bailes, lecturas, piscina con chapoteo y también momentos de silenciosa felicidad estival. Ha habido, sin embargo, un resurgir de la memoria de Jaime Gil de Biedma en Nava de la Asunción, gracias por una parte a la intervención municipal y, por otra, por esa conciencia de época, ese bendita memoria que parece despertar en los habitantes de esta España vacía, de la que hablaba Sergio del Molino. Hoy 8 de enero, como cada año, se falla en Nava de la Asunción el premio de poesía que lleva el nombre del poeta. Pero cada fin de semana puede visitarse en la antigua estación de trenes de la localidad un precioso e íntimo espacio que se denomina Estación de Encuentro Jaime Gil de Biedma. Es una bonita palabra “encuentro”, como concordia. Falta nos hace en esta España tan vacía. Por cierto, Nava de la Asunción está a menos de 50 minutos de Ávila por la carretera que conduce a Arévalo. Seguro que honrar la memoria de Jaime Gil de Biedma es un excelente plan para cualquier sábado.

David Ferrer



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