De buena mañana. 6 de diciembre. Llámame tonto.

 (De buena mañana) Llámame tonto.

- Me gustan las ciudades. Me gustan los libros sobre ciudades. No me gustan los tontos ni tampoco las ciudades tontas. Y los libros tontos mucho menos. Así que vengamos con una metáfora. Hace tiempo, para conmemorar a San Isidro, se vendían en Madrid las rosquillas listas y las tontas. La gente, que no es boba, prefería siempre las listas pero las tontas eran más baratas. Con lo cual el listo eran el churrero y el repostero que hacían pingüe negocio con las listas mientras que el tonto era el cliente que se llevaba el mismo género que las tontas pero con sobreprecio.
No es un caso único de Madrid. Ya lo fue Barcelona. Y Valencia. Y Londres. Y Nueva York. Todas ellas tienen en común haberse llenado de barrios tontos y de tontos que disfrutan por vivir en esos barrios. Decía antes que me gustan los libros sobre ciudades y hace tres años compré y leí un libro sobre Madrid firmado por un tal Sergio C. Fanjul, que a la postre, o a la rosquilla, ha conseguido meter la cuchara en El País, ese reino actual de lo tonto, si quitamos tres o cuatro excepciones (Boyero, Molino, Savater y poco más). Era un libro tonto: oh qué bonito es Carabanchel, oh, qué horror de gente hay por el Barrio de Salamanca. Como lo tonto no se aplaza sino que prolifera, ayer nos dio el Fanjul uno de sus mejores ejemplos de rosquillas listas que, en realidad son tontas. Parece, y lo cuenta en su Instagram (vaya sitio para la denuncia social, hay que ser tonto) que fue a un afamado café de Lavapiés y pidió dos cafés con leche de soja, otro con leche sin lactosa, un pan ecológico de vete tú a saber cómo y le soplaron trece euros. El hombre resoplaba indignado por las redes. Decía cosas como ¿En qué se ha convertido este barrio?
- Pongamos que hablo del Carmen de Valencia, de Hoxton en Londres, de Lavapiés, pongamos que hablo de Chamberí, tan galdosiano. El problema no lo tiene el bar sino todos estos progremodernos que han colonizado estos barrios porque, lógicamente, vivir en Entrevías, en Vallecas o en Villaverde no es lo suficientemente cool y lo más probable es que te den con un cazo en el culo si pides un café con leche sin lactosa. Así que es normal que les den rosquillas listas en lugar de las tontas.
Me pasó no hace mucho. Un minúsculo café, por llamarlo así, cerca de Olavide. Cuando entras y ves a cuatro solitarios escribiendo novelas en un iPad ya piensas: ojo que aquí no hay liebres sino gatos. Pero yo solo quería un café, señores. Pero tuve que responder un cuestionario de un camarero argentino, para darle mas sofisticación al local: que si soja, que si avena, que si café concienzudo de unos indios del Brasil, que si stevia o dulce de caña. El barista, como se le llama ahora, se pasó quince minutos de reloj inteligente preparando esa delicia. Por cuatro euros. Toma rosquillas tontas. Creo que cuando salí sacaron unas pancartas: "hemos engañado a otro tonto".
- Yo venía a hablar de Manolete, que no era tonto. He culminado este fin de semana mi peregrinaje manoletista (Santander, Linares, Madrid, Córdoba) en este 75 aniversario. Pero como no quiero ensuciar la memoria del diestro con asuntos tan tontos lo dejo para otra entrada. Me voy a por un café ecológico con leche de llama peruana. Llámame tonto.
@ Texto y fotos David Ferrer, 2022.
Más cositas en web de David Ferrer







Comentarios

  1. Esta entrada es buenísima, lo que me he reido ademas de decir grandes verdades sobre tanto tonto de nuestro tiempo

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Otras entradas de este diario.

De buena mañana. 18 de agosto. Anís del mono.

De buena mañana. 20 de agosto. Eléctrico.

De buena mañana. 11 de agosto. El arte de no hacer nada.

De buena mañana. 20 de julio. Vendrá la muerte.

¿Qué fue mayo?

De buena mañana. 11 de octubre. Chuflas de gato.