De buena mañana. 21 de diciembre. La siesta.
(De buena mañana) La siesta
- Hace un año o así me pidieron un artículo sobre Sevilla. Cuando lo estaba escribiendo, me venían a la cabeza todo el rato unos versos hermosísimos que Antonio Burgos escribió para la Habanera de Sevilla de Carlos Cano:
Se calla el pianillo,
suena el piano,
qué dulce lo toca ahora
la novia del embarcado.
Las mecedoras bailan sus habaneras,
con su son de caoba, manigua y ron,
y se abre el balcón,
suspira el pregón.,
ay, barrio del Baratillo,
tiene color de Murillo
la siesta triste
de aquel salón...
¡Qué manera tan precisa de describir una siesta de Sevilla! Y no solo en esa. Menos conocida es la delicada "Coplas de seises". Antonio Burgos tenía la capacidad de retratar una ciudad con una personificación en un par de versos:
"En las tardes de junio,
que Dios a cuerpo
se echa a la calle,
ya se ha puesto Sevilla
la zapatilla
blanca de baile".
No es igual la Sevilla de la primavera, que la de diciembre. Muchas veces me he cruzado con Antonio Burgos en su ciudad. Casi siempre en Reyes Católicos o en la Plaza de la Magdalena. Por ahí voy o vengo de la Maestranza. Estaba casi siempre con otras personas o solo tomando algo en una terraza. Muchas veces me quedé con ganas de saludarlo y felicitarlo por estas coplas excelsas. Creo que con el tiempo se hizo un hombre más arisco o algo bronco en sus textos, con no pocas polémicas políticas. Ay, la política que nos envenena todo. Me quedo con aquel Antonio Burgos de sus crónicas sevillanas, tan sutiles.
- Uno piensa que sus clases son amenas, dinámicas e interesantes. Al menos ese era el feedback (como lo llaman ahora) que recibía siempre del alumnado. Pero el viernes pasado andaba yo explicando las características de los diferentes primeros ministros británicos durante la época victoriana (Lamb, Gladstone, Disraeli...) y de repente se oyó un acompasado rebuzno, un inusitado acordeón de ronquidos. Una de las señoras que asisten al curso se había quedado frita en la primera fila y allí permaneció postrada, con acompañamiento sonoro, durante al menos veinte minutos. Yo hacía esfuerzos por subir la voz, moverme de un lado al otro de la clase pero no hubo manera. Era un sueño plácido, indolente, como un ahogamiento rápido e inevitable. El resto de alumnos miraban de reojo. Cuando se despertó, la clase seguía allí. Habían pasado unas décadas de explicación sencillamente.
- He empezado a mandar, tardíamente este año, las felicitaciones de Navidad. Hay ritos: siempre comienzo por las mismas personas (algunos escritores queridos) y desde allí voy ampliando el círculo. Cada año salen unos de la lista y entran unos pocos. De las salidas hay causas variadas: algún fallecimiento pero también el desinterés de quien no se molestó en contestar. Me cuestan estas tarjetas mi tiempo y mi dinero. Y sí, la mayoría lo agradecen. Pero luego están los del ronquido, del sopor, los que reciben la lujosa tarjeta en el buzón de su casa y piensan: una inútil bagatela. No contesto.
(Por cierto, hay un par de bares en Ávila que siempre exponen mis felicitaciones. Mejor que un museo, que una biblioteca. ¡Bares qué lugares!)
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