De buena mañana. 14 de febrero. Narcisismo.
(De buena mañana) Narcisismo
- La facultad de Filología de Salamanca sigue en el centro histórico. Es una suerte y un gozo. Muchas de las facultades que habitaban los edificios vetustos se alejaron al nuevo campus, en busca de espacio donde poder incorporar aulas grandes y costosos laboratorios. Filología e Historia, y otras de Letras, como las Matemáticas puras, continúan por aquí. Y no es lo mismo. Los campus modernos son como los hoteles de las grandes cadenas: semejantes, impolutos, de largos pasillos, hormigón y acero corten. El Palacio de Anaya, la sede principal de Filología, huele a antiguo, a añejo. Yo sospecho que la mayoría de los estudiantes no son conscientes de que por esas mismas escaleras han subido algunos de los mejores filólogos, investigadores y escritores del siglo pasado. Es igual. Unas estudiantes se grababan un tik tok mientras bailaban bajo las recias columnas.
Filologia tenía dos edificios adyacentes: uno de ellos se conoció como Anayita. Era decrépito en mi tiempo. Yo hubiera hecho ahí algo inglés, oxoniense, un poco gótico. Se vació por completo e hicieron una facultad al uso: luminosa, blanca, espaciosa. Tanto que dan ganas de no leer. Quizá esa sea la causa de que en las facultades de letras se lea tan poco. Los arquitectos saben mucho de espacios pero nada de intimidades lectoras. Una facultad de letras ha de ser cálida, recogida, mensurable. En uno de los pasillos se interponían unos cubos: goteras interiores, dijo la conserje. Normal: es un edificio nuevo, de un prestigioso arquitecto. Cuando no hay humedades hay frío y, si no, falla la electricidad.
Estoy allí para escuchar a Luis Antonio de Villena, al que ha invitado Juan Antonio González Iglesias. Yo escuchaba y leía ya a Villena con quince años. Con veinte lo llevé a esa misma facultad, tras un viaje graciosísimo pleno de anécdotas junto al amigo Vicente Díaz Boix. Hubo de todo: chascarrillos, burlas a unas monjas, copas. De aquel Villena aún juvenil pasamos a este, mucho más comedido y amable, todo un caballero, que viene a presentar su nuevo libro: Miserable vejez. Hay una reivindicación general ahora de los derechos y aptitudes de los viejos. Están por aquí, por allá, pueden hacer esto, pueden lo otro. A Villena la vejez le parece un oprobio, una ruina. No estoy todavía con el discernimiento objetivo de cómo será la mía pero me temo que con setenta u ochenta yo no haré piruetas, ni subiré colinas ni tiktoks o lo que exista entonces.
Se ha llenado el aula con casi un centenar de estudiantes. Es magnifico. Ninguno de ellos conoció a ese Villena todoterreno que salía a diario en televisión, radio y periódicos. Como conferenciante sigue siendo amenísimo y se ha metido a este público tan joven en el bolsillo. A lo mejor ese es el prodigio de la vejez: sin dar consejos, sin tutelar, saber embobar a un auditorio de veinteañeros.
Me despido de Luis Antonio. Quedamos en organizar algo en Ávila. Habrá noticiás pronto.
- Cuando voy a mi retiro, a mi Prioría, mezcla de estudio, gimnasio y huerto, paso junto a la casa de unos conocidos psiquiatras o psicólogos. Venden el padre y la hija un montón de ejemplares de sus libros. Más, por supuesto, que el inteligente Villena o que cualquier novelista. Alguna vez los he hojeado: libros verdaderamente pusilánimes, para tontos. Hablan los dos con una fatuidad cargante sobre las cosas que hay que hacer en la vida, cómo alcanzar la felicidad, lograr tus objetivos. Lo mismo que hacen miles de influencers en las redes. La misma retórica vacía en tipografías de 20 puntos para rellenar fácilmente doscientas páginas y vender doscientos mil libros. Un narcisismo vacío y un éxito inexplicable.
- Hizo ayer por momentos un día luminoso, de una claridad distinta. A mediados de febrero empieza a meter su cuña, de forma muy leve y tímida, la primavera. Yo lo noto en la luz. Pese al frío, aún resistente, ya es distinta. Lo saben los pájaros. Los intuimos las personas. Nos hace falta.
© Texto y fotos David Ferrer, 2025.
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