(Este artículo fue publicado en El Diario de Ávila en la sección Club Diógenes el 24 de febrero de 2014)
Al margen de una dispersa serie de artefactos escultóricos (algunos menos feos que otros), no tienen las calles de esta ciudad una buena muestra de ingenio independiente. La mayor parte de las pintadas no son más que sucedáneos ínfimos de gamberrismo nocturno, aunque en este aspecto no se apartan mucho del destructivismo oficial que han perpetrado en algunas zonas y al alimón los políticos, los constructores y los arquitectos. ¿Por qué será que esta combinación es siempre tóxica ya sea en la vida real como en las series? Quizá todo se basa en la constatación de la derrota creativa que cae a partes iguales en las filas de lo oficial y en las de la pasividad ciudadana. Tal vez, por ello, Ávila es uno de esos lugares destacados en ese archivo de la destrucción, una impagable memoria online de la burbuja y la inutilidad titulada Nación Rotonda. Esta web, ideada de manera admirable, entre otros, por Guillermo y Rafael Trapiello, nos lleva aleatoriamente de la indignación pacífica a la carcajada salvaje ante tal colección de desatinos urbanísticos: por aquí polígonos vacíos, por allá aeropuertos sin tránsito, autopistas bloqueadas, bifurcaciones infinitas, urbanizaciones imposibles y hasta rotondas sin acceso en medio de un campo... No se pierdan la web: www.nacionrotonda.com De la desolación abulense queda siempre algo positivo: debemos felicitar a nuestras autoridades por esas amplísimas avenidas, rotondas, urbanizaciones desérticas y calles sin salida que hacen de esta ciudad un paraíso para los moteros y para los valerosos aficionados al running. A falta de habitantes, unos cuantos kilómetros despejados y silenciosos. A falta de industria, una longitud sin límites para reforzar los gemelos. A veces pasa por allí un vecino con un perro, o ruge una Harley, o se oye el cadencioso trotar de un corredor. Nada más que para eso están hechos esos barrios periféricos. Veamos, en este sentido, la crisis económica e inmobiliaria como algo positivo: aquí quedarán para siempre unas estupendas pistas de entrenamiento gracias a las cuales la salud física de los abulenses se verá muy fortalecida. Frente a la escasa conciencia critica, estos espacios solitarios albergan en ocasiones pequeñas gemas esperpénticas como la pintada que figura en uno de los puentes del río Chico: “Volaban los buitres el día que me enteré que Ávila se estaba muriendo” (sic). Desconozco de quién fue la idea pero me congratulo al ver que se lo ha tomado muy en serio. A veces los servicios municipales hacen un denodado esfuerzo por borrar tal testimonio, lo mismo que su creador, quien a los pocos días vuelve obstinado a dejar el truculento mensaje. Porque al margen de la legalidad y la higiene cívica de una pintada, lo que está claro es que esa metafórica y demoledora frase acerca de la muerte de la ciudad constata algo que tal vez todos pensamos. Y lo saben (y lo callan) los ciudadanos. Y lo saben (y lo desmienten) los políticos. Como siempre, unos escriben lo que los otros borran. Y así, como quien no quiere la cosa, se van pasando los días hasta las nuevas elecciones. Pero que no cunda el pánico: se acerca la primavera y tenemos unas inmensas avenidas perfectas para el paseo o para el running.
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