De buena mañana. 11 de octubre. Maleantes

 (De buena mañana) Maleantes.


- En la esquina de un bar discutían dos personajes mayores. No demasiado pero con ese aspecto avejentado, a la contra del tiempo, como llamador de la muerte que toman algunas personas en ciudades de provincia y, supongo, en algunos barrios de Madrid. Hablaban de un tercero al que uno de ellos tachó de "maleante". Comenzó enseguida una discusión lexicográfíca sobre tal improperio, haciendo como se hacen todas las investigaciones, con una pregunta:
- a ver, define maleante, dime tú por qué es un maleante.
- Porque malea, porque hace malo todo lo que toca - contestó el otro sin arrumbarse.
- Pues todos somos maleantes entonces.
- No tanto como ese. Venga, pon otra.

El maleante por supuesto no compareció ni los solitarios del bar supimos después en qué consistía su "malear", su malaje, su malandanza. De ahí pasaron a hablar de Pedro Sánchez, lo cual ni está bien ni está mal, sino que como las fichas del Tetris van colocándose en su sitio, nuestro presidente del gobierno se va situando en las tertulias populares y de barrio en el lugar que le va dejando la historia: el de los maleantes.

- Tres apuntes literarios, o casi. A la tarde se presentaba en Madrid la nueva novela de Trapiello. Había dicho que iría, pero como soy morantista, mis comparecencias en los sitios son una incógnita. A eso de las tres de la tarde me empezaron las habituales congojas. Uy, irme hasta Madrid. Uff, habrá mucha gente y hay que saludar. Uff, ya la compraré otro día. Total nada en esa tarde. De haber ido a lo mejor tendría más cosas que contar por aquí pero confieso no haber ido.

Las noticias anuncian la concesión del premio Nobel a una señora coreana. Albricias, esta vez me suena de algo, no como el año pasado. Recuerdo haberla visto en ocasiones en la zona de novedades pero nunca me sentí tentado. Es lo máximo que puedo decir sobre la flamante ganadora del galardón supremo. Pero al menos soy sincero no como el maleante Urtasun, ministro de la nada de cultura, quien en sus redes ha espetado: "sus novelas revelan a una autora con un lenguaje narrativo único y que logra poner en cuestión el significado de la condición humana". Esta frase debería ser de obligado análisis lingüístico en todos los segundos de bachillerato de este reino. También en las consultas de psiquiatría. A ver, Urtasun, lo que ha dicho usted se puede aplicar a Tolstoi, a Dickens, a Cervantes, a Agatha Christie, a Corín Tellado, a Megan Maxwell, a la novela plagiada de Ana Rosa Quintana, a la planetaria Sonsoles Ónega, a la historia que me cuenta la pescadera mientras trocea la merluza. Puede hacerlo peor, Urtasun, no será difícil.

Apenas se ha comentado en la ciudad la publicación de un libro titulado "La única lesbiana de Ávila". Vivimos tan hartos de parafernalias comerciales y pseudo escándalos que ya todo da risa más que asombro. Para su portada, cómo no, han elegido una suerte de Santa Teresa. En los noventa leí aquel bloque de cemento que se llamaba Tríbada de Miguel Espinosa, sobre asuntos lesbianos. Aquello era gran literatura, una prosa difícil y espinosa, nunca mejor dicho. Lees los párrafos de este nuevo engendro y te das cuenta de una gazmoñería colegial de quince años. Santa Teresa está tan manoseada que la portada da risa, lejos de escandalizar. Y para contar algo, no hace falta ser lesbiana, o queer, o lo que sea: hay que saber sintaxis.

- El gato que aparece de vez en cuando en estas crónicas de la nada, va cogiendo confianza. Ahora al menos me sigue: a quince metros pero me sigue. Desaparecieron los demás felinos y ha conseguido ser el único visitante vespertino. Se asienta en un murete y espera el premio. Cuando se ha relamido, sigue mis andanzas por el recinto. Ayer a quince metros. Todavía desconfía. No sabe si soy un maleante.

© Texto y fotos David Ferrer, 2024
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