El aburrimiento proclamado

(Artículo publicado en El Diario de Ávila el martes 20 de mayo de 2014 dentro de la columna Club Diógenes)



Me introduje en Twitter como quien, entre avergonzado y curioso, se asoma al salón de una casa por una ventana entreabierta. Eché un vistazo rápido, observé las costumbres de los inquilinos y, como comprobé al instante que no había nada interesante que admirar o que robar, me fui sin mediar palabra. En el escaso tiempo que permanecí en la mencionada red me dio tiempo a leer unos pocos comentarios que divulgaban algunos de mis conocidos (los reproduzco aquí con cierto pudor, por si se dan por aludidos): “Jo, vaya frío que hace hoy”, decía una señorita. “Si el aburrimiento es una enfermedad yo estoy muy grave”, proclamaba otro. Esperé un tiempo a lo largo del día por si aparecía algo de mayor calado o que, al menos, me obligara a esbozar una mínima sonrisa. Se ve, sin embargo, que mi deformación literaria me hace siempre esperar grandes cosas de los lugares nimios, que estamos siempre al acecho de esa gran sentencia o de ese giro de agudeza, que dijera Gracián. Pero Twitter es otra cosa y, pese a lo prometido, todo va muy lento y un atisbo de genialidad se hace demorar demasiado. No obstante, a la tercera fue la vencida y apareció un nuevo tuit en el que un treintañero lanzaba sin rubor al mundo una pregunta existencial acompañada de una foto: “¿me compro los vaqueros negros o los grises?”. Y así todo. Me bajo. Desconexión y cierre de la cuenta.

No me considero un agorero ni un apocalíptico de las redes sociales. He transitado y usado con provecho muchas de ellas, desde aquellos tiempos en los que la conexión a  internet te dejaba sin teléfono. Por ello, no creo que este mundo sea más peligroso por la existencia de estas redes. No creo, como sugería nuestro aburrido ministro del Interior, que se necesite una regulación especial. Es cosa de sentido común y cierta distancia. Sencillamente, en el ciberespacio (palabra grandilocuente que gusta mucho a los académicos) todo se presenta de manera más inmediata y extendida. De este modo, quien en su vida sea un lerdo, lo será multiplicado por el número de seguidores a los que lleguen sus mensajes. El ingenioso dará buena muestra de sus capacidades, como lo hará el curioso, el inquisitivo o el reflexivo. Pero quien se aburre y lo proclama por unas y otras redes muestra una nula capacidad de asombro o la incapacidad de reconocer que la mitad de nuestra vida tiene que ser por fuerza anodina y falta de sustancia. 


El otro día explicaba en clase el éxito y los chascarrillos de café que produjo hace ya casi cien años una de las greguerías de tema femenino del grandísimo Ramón Gómez de la Serna. Difundió en una de sus recopilaciones esta brevísima sentencia con elipsis incluida: “Senos: el misterio móvil”. Algunos alumnos captaron la agudeza al instante, otros miraron desconcertados. La poética, la imaginación, la sugerencia y la chulería quedaron condensadas de manera magistral en esas cuatro palabras que hoy en día, lanzadas en Twitter, serían tachadas por unos de machistas, groseras e intolerables como, por otros, de geniales, sutiles y perversas. Y así con todo: el problema no es el medio sino las aspiraciones. Y es que el mundo se divide hoy entre los que se aburren en silencio y los que lo proclaman a voces. Los primeros son reflexivos, se complacen en ello y tienden a  ponerle remedio al hastío. Los segundos se siguen aburriendo, lo gritan, se exasperan, y , como no hallan resultados, se aburren más, escriben 140 caracteres y se lo comunican a sus cuatrocientos seguidores. 

David Ferrer



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