Todo lo que hay

(Artículo publicado en El Diario de Ávila el martes 17 de junio de 2014 dentro de la columna Club Diógenes)

Si tomáramos nota de manera esquemática de cada una de nuestras acciones cotidianas, el balance, una vez leído, se situaría entre lo descorazonador y lo irrelevante. Anotaríamos las pequeñas compras, los saludos habituales u ocasionales, la alternancia necesaria entre la rutina, el aburrimiento y la euforia. En fin, y como ya se sabe, la vida es el conjunto de todo aquello que reivindicamos dentro de la armonía, la búsqueda y la necesidad vital, por lo que, aunque denostado, el hastío resulta siempre más que beneficioso. Nos aburrimos para vivir mejor, para remedar esa situación y sacarle el jugo a esa novela no escrita ni conclusa que es la vida.

Existe, por ello, la tentación de falsear las apariencias: hay vidas irrelevantes, como las hay fastuosas, del mismo modo que existe gente que te muestra la parte por el todo, mostrando tan sólo lo bueno, para ocultar lo gris e innecesario. Todos tenemos conocidos que a través de las redes sociales se empeñan en narrarle a uno esa vida de ensueño, de plenitud, como entresacada de una novela decimonónica de malas aventuras. Relatos en los que el yo se antepone a ese devenir de circunstancias increíbles y anodinas que es el contacto con el mundo y con los días. Hace poco leíamos un artículo local por aquí a propósito de la abdicación real, asunto sin duda de relevancia histórica y que, como tal, ha venido trufado en todos los medios de comentarios para todos los gustos. Suele ser un rey la figura más saludada, vitoreada, denostada, fotografiada y comentada de un país, ya sea éste Noruega o una minúscula monarquía africana. Cada cual contará su relación con el poseedor de la corona a su manera, bien desde la distancia, bien con afecto o jugosa ironía, como sabiamente hacía Galdós en los Episodios o en esa divertida novelita llamada La de Bringas. Lo inaudito consiste, sin embargo, y como leíamos en tal articulo de tal y tal, en poner el yo delante del personaje regio como esos turistas despistados que a media tarde se te cruzan en una foto. De seguir ese estilo, todos tendríamos nuestra crónica monárquica a punto de servirla al lector, aunque fuera comentando con magnificencia cómo tal día paseaba uno por la Castellana y pasó el coche real a escasos metros. Y punto.


“We, happy few, band of brothers” decía Henry V en la homónima obra de Shakespeare. “Los únicos y felices” que pueden contar con precisión un hecho histórico son, en definitiva, muy pocos. Y la vida del resto es básicamente rutina, trabajo y unos cuantos momentos de alegría, pasión o deslumbrante belleza. Es todo lo que hay hasta la fecha, y lo que habrá este verano para el que me permito una modesta recomendación: lean la última novela de James Salter, de la cual he tomado el título de este artículo, editada por Salamandra. Es una novela argumentalmente aburrida, de forma intencionada, pero que, por ello, desprende esa sucesión maravillosa de hechos importantes y a la vez efímeros que componen para siempre cada una de nuestras vidas. Les deseo un verano feliz y aburrido, a partes iguales.

David Ferrer

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