No sorprende

(Artículo publicado en El Diario de Ávila el martes 27 de octubre de 2014 dentro de la columna Club Diógenes)

No, desde luego que no puede habernos sorprendido el caso de este muchacho ambicioso e impostor. Ya sabéis, apreciado don Pablos, de quién hablo pues es innecesario consignar en estos papeles una vez más su nombre. A la publicación de este texto será, tal vez, un asunto de agua pasada: como igual de desvaídos se nos antojan ya otros casos e historias de granujas. Qué poco dura la fama, como leve es la sombra de la soga en quien delito comete. Así somos de veloces en el reino. Es imposible, pues, dadas las circunstancias, mostrar el más mínimo y leve gesto de estupor, de vergüenza; cuán inútil mirarse el puño en un grandilocuente gesto de incomodo. Por supuesto que no. Hemos vivido tales hazañas en tantas ocasiones previas que resulta redundante y repetitivo cualquier sonrojo. Éramos muy jóvenes, lo sabemos, cuando don Pablos, vuestra merced, se pavoneaba gallardo por el paseo del Prado haciendo gala y ostentación de riquezas invisibles. Allá acudían las damas al atractivo olor de los ropajes, las sedas y los caballos enjaezados. ¿Cómo desconfiar de quien decía tener un pie en palacio, criados y palafreneros y toda suerte de manjares, que resultan ser golosina para el alma y antojo para los apetitos vanos? ¡Qué poco cambiamos, querido buscón Don Pablos, pues parece que vuestras hazañas hayan sido narradas casi al pie de la letra hace escasas jornadas! ¡Qué semejantes los enredos, los trucos, la villanía camuflada en aires de grandeza! Así tal cual era cuando contabais cómo os las arreglasteis “para acreditarme de rico que lo disimulaba, en enviar a mi casa amigos a buscarme cuando no estaba en ella”. Casi igual, mi admirado don Pablos, en estos nuevos asuntos de ostentación cuando afirmabais que “en fin, como el dinero ha dado en mandarlo todo, no hay quien le pierda el respeto”. Igual entonces que en este engaño de amigos cortesanos, políticos de tres al cuarto, escoltas de jornada parcial y bobos boquiabiertos. ¿Y para qué tanta chifladura si, como bien sabéis, mayor es el pecado de quien se deja engañar que el atrevimiento de quien hace gala de cuatro trucos necios?


No hay sorpresas, por tanto. Por aquí, en esta pequeña parte del reino, hemos visto trastocar alcaldes en consejeros de la luz, maestros en banqueros y mercaderes en profetas. Alguno, días antes de sentir el peso de la justicia, realizó en esta ciudad y con gran contrición asesoramientos en asuntos de santidad. Todos ellos, querido buscón, nos han vendido humo en arameo, como nuevas generaciones de harapientos dispuestos a vestirse con lo lo suyo, con lo tuyo, con lo mío y con lo vuestro. Y decidme ahora, mi señor don Pablos (señor, por merecimiento propio): ¿por qué ha de ser mayor vuestra ignominia que la de estos gerifaltes de la vaguedad? Ahí está la llave que resuelva el entuerto. Vuestra merced tuvo a Quevedo. Pero de estos no habrá escribano, pregonero o poetastro que quiera refrendar sus malandanzas. Y estaría bueno que tuvieran que venir a hacerlo…

David Ferrer

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