Blandir la espada

(Artículo publicado en El Diario de Ávila el martes 25 de noviembre de 2014 dentro de la columna Club Diógenes)

Un mediodía caluroso del mes de Agosto de 2008 casi dos millones de espectadores contuvieron la respiración, apretaron con nerviosismo los dedos y abrieron como platos los ojos hasta que el madrileño José Luis Abajo, apodado como Pirri, consiguió tras gran esfuerzo la primera medalla olímpica de la esgrima española. Es posible que muchos de esos espectadores siguieran la proeza por el mero entretenimiento casi vespertino o por la sana deportividad patriótica que es inherente a unos juegos olímpicos. Y es igualmente razonable que muchos no volvieran a ocuparse de un deporte, como es la esgrima, que rezuma elegancia, espíritu olímpico, finura, táctica y caballerosidad (si es que hoy en día el feminismo lingüístico nos permite usar este sustantivo). Si allí se quedaron estos espectadores y no volvieron a interesarse por las competiciones de sable, espada o florete, no podremos decir, desde luego, que sea culpa suya dada la saturación futbolística de la que adolece la información deportiva española. Es cierto, en cualquier caso, que la esgrima no es especialmente televisiva, al margen de una puesta en escena cuidadosa  por la blancura impoluta de los tiradores o el brillo de las armas bajo los focos. Y a pesar de que existe una disciplina denominada esgrima escénica, poco tiene que ver este deporte con el mito de los espadachines de antiguos largometrajes o de las series. Frente a ello, una buena, recurrente y algo desmesurada definición de la esgrima indica que aporta la belleza del ballet, la inteligencia del ajedrez y la técnica de las artes marciales. Y, en efecto, ninguno de los que hemos tomado una espada o cualquiera de las otras dos armas podríamos desmentirlo. Pero frente a la mitología cinematográfica, diremos que es, en suma, un deporte completo, de intenso aprendizaje y muy difícil perfeccionamiento. Y es que a diferencia del fútbol, del que cualquiera es un experto, la esgrima es más bien un ejercicio práctico, que nunca acaba, pleno de matices y sabiduría del que pueden beneficiarse niños, jóvenes, maduros y casi ancianos (en cualquiera de sus sexos, por supuesto).

Hemos recibido con alegría y esperanza la apertura en Ávila del Club de Esgrima Santa Teresa. Muy atrás en el tiempo queda ya la práctica de este deporte en la Escuela de Policía, a lo que siguieron pequeños intentos de aperturas que poco a poco fueron desvaneciéndose. A la esgrima le sopla en este nuevo siglo el viento de cara. Madrid tiene un buen número de clubes esgrimísticos, a la vez que otros más pequeños se han consolidado en localidades cercanas como Segovia o Salamanca. Por ello, esta iniciativa de la Federación Castellano leonesa, con la cooperación del Ayuntamiento de Ávila, ha de recibirse con la cortesía y el entusiasmo que es propio de este deporte. Dos recomendaciones para los no iniciados: existe un ensayo espléndido, del que he tomado libremente el título para este artículo, Blandir la espada, donde puede estudiarse la historia y evolución del deporte. El segundo consejo, quizá es más práctico y conlleva una lógica invitación: tal vez usted haya oído cosas confusas sobre la esgrima. No es un deporte violento, no es un deporte friki en el que sus practicantes salten espada en mano por tapias y tejados; y, finalmente, no es un deporte caro. Cualquier asalto de esgrima comienza con un saludo con el rostro descubierto y finaliza con un agradecimiento al rival con el que se estrecha la mano. En medio, tensión, concentración, buenas dosis de táctica, agilidad, sudor y mucha entrega. 



David Ferrer



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