Digestión

(Artículo publicado en El Diario de Ávila el martes 6 de octubre de 2015 dentro de la columna Club Diógenes)

Ya no hay héroes, se ha dicho. Permítanme que, con la debida distancia, rebata esta idea. Hay muchos pero edulcorados y con un barniz graso de suficiencia. Los nuevos héroes, los nuevos adalides de España, y me temo que de buena parte de la cultura occidental, no son ya los escritores (índices de lectura cada vez más bajos), ni tampoco los científicos (¿quién investiga hoy en España?) y, ni siquiera, los omnipresentes políticos, que se encuentran en sus horas más bajas. Los nuevos caudillos de la “intelligentsia” patria son, desde luego, los cocineros y, por extensión, los críticos y los degustadores gourmet. Su poder es, en tiempos de redes sociales, mediático y viral y, dado su creciente prestigio, uno piensa que todo esto viene a confirmar esa teoría de que cualquier moda nueva nos hará algo más tontos. La obsesión compulsiva por la comida, por la socialización de la manutención, viene asociada, ya de antiguo, a épocas de decadencia cultural, como bien recordaba en los finales de la edad media el maestro Rabelais y su descripción (copiosa) de toda suerte de manjares:  “Dicho esto prepararon la comida, para la que, por añadidura, fueron asados 16  bueyes,  3 terneras, 32 terneros, 63 cabritos domésticos, 398 cochinillos de leche, 220 perdices (…)”

A la comida, al yantar y a la pitanza se le llama ahora arte de la gastronomía y proliferan en su honor toda suerte de publicaciones, programas, aplicaciones móviles y concursos. Y frente a esta machacona ubicuidad convive, y a veces paradójicamente entre los mismos individuos, la obsesión por el running, por el adelgazamiento y el bienestar. Así, uno observa con cierto pasmo cómo en las redes sociales de algunos conocidos se expone sin solución de continuidad el arrobo ante un asado o unas carrilleras con reducción a las semillas del magnolio malayo mientras que al día siguiente el muro de su Facebook se transmuta en un canto a la velocidad y a los ocho kilometros corridos y gastados como aceitosa expiación. 

Y si en la mesa nos dejamos dar gato por liebre o si podemos contemplar con éxtasis el nuevo milagro de los panes y los peces de piscifactoría, es posible, más que nada por falta de tiempo, que el mismo sujeto convertido en gastrónomo o en líder espiritual y televisivo nos obligue a adelgazar nuestro conocimiento. Déjese usted de lecturas profundas de larga deglución. Así que, donde pone Rabelais, lea usted mejor a Paulo Coehlo y mejor que Proust quizá le convenga María Dueñas. Tanto el brasileño como la de Puertollano son productos bajos en grasa, de escaso contenido calórico y que, bien aderezados con unas hojitas de cilantro, van estupendamente para esta digestión de nuestros tiempos.

David Ferrer



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