Exámenes
Artículo publicado en El Diario de Ávila el martes 14 de junio de 2016 dentro de la columna Club Diógenes)
¿Recuerda usted la última vez que se examinó? ¿Sueña a veces, con satisfacción o bien en pesadilla, con aquel examen de la carrera, de conducir, de una oposición? Tal vez en el fastidio reiterativo del trabajo, añore algo de aquella época, los madrugones, los repasos de última hora y la preparación vespertina de los bolígrafos, como si fueran armas de combate. O tal vez considere que aquello pertenece ya a una época y que mejor así, para que permanezcan custodiados los momentos de exámenes en un oscuro rincón de la memoria. Ahora mismo, cuando usted lea este artículo, muchos de nuestros jóvenes, en Ávila, en Castilla y León, o en otros lugares, están examinándose, pero literalmente. A la antigua: con la soledad de una mesa corrida y un papel, que a veces se hace demasiado largo, y un bolígrafo, que casi nunca escribe bien. Se trata de aquellos estudiantes, una generación de nacidos en el 98 y que, como aquel grupo literario, tal vez no tengan tampoco conciencia generacional, al margen de las etiquetas de “millenials” que les otorga la red y ciertos periodistas. Pero ahí están ahora mismo: los últimos de la selectividad, de las pruebas de acceso a la universidad, esa llave o puerta falsa para un futuro inmediato, tras la que casi nadie queda satisfecho. Quizá usted (y eso es síntoma de edad, no lo dude, compruebe las arrugas, el peso o las canas), piense que su selectividad fue mejor, o que era más difícil por entonces. Quién sabe. Uno siempre piensa que su examen de conducir fue lo más perverso que le ha sucedido en la vida y que su bachillerato estaba unos cuantos niveles por encima. Pero no se acongoje por eso, ya le digo, esas son cosas que se piensan siempre, como un tópico que se retoma. Los profesores de los años 50 se quejaban de sus alumnos y decían que antes de la guerra se estudaba mejor; y los de finales del XIX echaban la culpa de tan malos resultados a la abundancia de las novelas sentimentales: leer a Galdós, a Dickens y a Flaubert era muy malo. Se echa ahora la culpa a internet, a los móviles, a las redes sociales y, en breve, se cargarán las tintas contra la tecnología punta de los ulltimísimos relojes. Pero esto siempre ha sido así: la búsqueda de una excusa para establecer una comparación de la que salgamos vencedores. Así de cruel resulta para todos el paso del tiempo.
Pues bien, ahora mismo, muchos alumnos (con sus vaqueros rotos, sus camisetas, sus iPhones y sus shorts) ponen sus esperanzas en un folio en blanco y en unas preguntas salvadoras. Tal vez, como ya sabemos, su vida no cambie demasiado: la nota no alcanza o se conformarán con estudiar lo que les pille más cerca. Para otros, con mayor éxito, será la puerta de entrada para la medicina, la filología, el arte, el derecho o la sociología. Y dentro de veinte años, cuando las nuevas generaciones no sepan qué significa la selectividad (igual que ahora, por fortuna, muchos no saben qué era la “mili” o la prestación social sustitutoria), dirán que aquellos exámenes que realizaron en junio de 2016 fueron los más complejos y exigentes de la historia. Y habrá por entonces otros ocho sistemas educativos, 17 modelos de examen y una nueva generación de estudiantes, jóvenes aunque sobradamente preparados. Lo que no cambiarán serán los políticos: esos que deciden el sistema y que se examinan también el 26. Como ahora, y como en el futuro, seguirán siendo igual de inútiles y, si acaso, algo más idiotas. Para que nada cambie.
David Ferrer
Comentarios
Publicar un comentario