De buena mañana. 24 de febrero. 3,7 kilómetros.

 (De buena mañana) 3,7 kilómetros

- Hago todos los días 3,7 kilómetros para ir a ver a mis padres. Me lo soltó de repente un hombrecillo que iba de pie a mi lado. La línea 2 del metro de Milán estaba repleta, como acostumbra a esas horas. Pero hay gente que necesita hablar. Y a lo largo de las dos o tres estaciones que quedaban para nuestro destino, no paró de contarme cosas. En una ciudad como Milán tampoco me pareció algo excesivo ese recorrido pero el hombre lo recalcaba con severidad. 3,7 kilómetros. Habida cuenta de la edad que aparentaba, se me hacía dudoso pensar que sus padres en realidad siguieran vivos o quizá de esa estación iría andando después al cementerio. El buen hombre, menudo, con un gorro de lana y una gran mascarilla, confesó que le daba miedo saltarse la estación, pues se incrementaría de esa manera el número de kilómetros. Los letreros luminosos del vagón anunciaron la llegada a la estación Centrale. Yo le deseé a este inquieto pasajero una "Buona giornata" y él asintió. Salió raudo y ligero. Cuando subía las escaleras mecánicas vi como se ponía a hablar con otro pasajero. Supongo que le contaría de nuevo sus vicisitudes, la visita a sus padres y los 3,7 di ogni giorno.
- Portofino es un pueblo de ricos. Tiene apenas 500 habitantes que se triplican en verano, aunque ahí debe estipularse el gran número de mayordomos, de camareras de piso, cocineros, chóferes, limpiadoras, asistentes y profesionales del sexo de alto standing. Por razones geográficas, en una pequeñita península, nunca tuvo estación de trenes ni falta que le hace: allí o se llega en Maserati o el yate te deja en la misma plaza del pueblo. Visitar Portofino en invierno tiene un encanto mágico que ningún rico puede pagar: está la belleza de las casas, ese mar de la Liguria en calma, y se aprecia un colorido del atardecer tan espléndido porque en el pueblo en esta época no hay yates, no hay ricos, no hay criados y no hay perros, que tienden a afearlo todo. Sobre todo el bronceado de los millonarios que resta colorido a las casas. Pero ahora, a finales de febrero, era bonito incluso ver las tiendas de lujo (Louis Vuitton por aquí, Prada por allá) cerradas a cal y canto a la espera de tiempos más cálidos y de tórridos clientes.
Como digo, Portofino no tiene tren. Da esto para una canción. Ningún expreso para en Portofino. La estación más cercana está como a 3,7 kilómetros también. Cogí un taxi en Santa Margherita Ligure y el conductor me dejó en el mismo puerto. Por cuarenta euros. Por 3,7 kilómetros por lo menos. Debía de ser yo el único visitante de la jornada y, según su estimación, un rico que venía a comprar casa. A la vuelta me las agencié para regresar en autobús, ese que usarán los criados, los mayordomos y las limpiadoras al final de sus jornadas. Pero el tramonto, el atardecer, en un emplazamiento tan bello fue impagable.
- Llevaba tiempo deseando visitar los lugares de Faber, de Fabrizio de Andrè, ese genio poético de la música italiana que nos dejó de forma tan temprana. La casualidad hizo que llegara a Génova el día de su cumpleaños, lo cual no pasó desapercibido. De Andrè es el alma genovesa del puerto, de los miserables, de las prostitutas, de la ironía en letras imposibles. Aún así se canta y se cantó ese sábado de su ochentaytantos cumpleaños. A la noche nos reunimos en una plaza un buen número de fieles a cantar y recordar algunas de sus canciones. A mí me vinieron a la memoria las imágenes de su entierro, las lágrimas de Franco Battiato, el estupor silencioso de Génova. Al día siguiente fui al cementerio a dejarle una flor. A los cinco minutos, otra familia llegó para hacer lo mismo. Después otros. Nadie se ha olvidado de Faber.
© Texto y fotos David Ferrer, 2023.

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