Alma mater

Artículo publicado en El Diario de Ávila el martes 15 de noviembre de 2016 dentro de la columna Club Diógenes)

Cualquier alumno actual o que haya cursado durante la última década sus estudios en la Universidad de Salamanca conoce bien esa pestaña destacada de su web que señala claramente “mi Usal”. De manera sentimental, podemos decir que ese posesivo crea familiaridad, conexión y pertenencia. Pero en un sentido ya más práctico, para cualquiera de esos alumnos pulsar click en la mencionada pestaña es adentrarse en la expectativa de los temidos o esperados resultados académicos de cada convocatoria. Mi Usal me dice si he aprobado, mi Usal me dice que debo ir a la segunda convocatora, mi Usal me indica que debo libros en la biblioteca o si estoy al corriente de los pagos, mi Usal me desespera porque el profesor correspondiente no ha colgado aún las notas… Los ex-alumnos más antiguos de la Universidad recordarán, sin embargo, cómo esta comprobación de los trámites era antaño presencial aunque en ocasiones igual de exasperante, según los casos: los enormes listados o la recogida de papeletas en los cubículos de los bedeles suponían un trance que dejaba en estado tembloroso al más tenaz de los estudiantes. (Ya en mis años iniciales de estudio, mi padre me advertía, con esa característica ironía y a la vez con su innata sabiduría, acerca del curioso poder que tenían los bedeles en las universidades).

Todos somos conscientes de los problemas de los que adolece la universidad española y de los que no escapa una institución centenaria como es la Universidad de Salamanca. Y aunque todos nos quejemos de esos fallos, de las adaptaciones demasiado lentas o de determinados  vicios académicos que aún persisten, es cierto que quienes hemos estado vinculados a esta universidad durante diversas etapas de nuestra vida hemos celebrado con alborozo los pequeños progresos que con el devenir de los cursos se han ido produciendo: la mejora de la web, los avances y éxitos del Centro de Investigación del Cáncer, las ediciones de la Universidad, el préstamo interbibliotecario, el Premio Reina Sofía de poesía, el nuevo y magnífico edificio que acoge la Escuela de Doctorado, las espléndidas instalaciones (por desgracia, algo vacías) de la Escuela Politécnica de Ávila y otros muchos avances.

La vinculación universitaria, ese lazo sentimental que te une a tus estudios y a tus raíces intelectuales, se conoce en el ámbito anglosajón como “alma mater”. El diccionario de la Real Academia lo define como “madre nutricia” y lo declara sinónimo de “universidad”. La maravillosa Encyclopaedia Britannica señala esto como un motivo de orgullo para aquellos que especialmente proceden de Oxford, Cambridge, Yale o Harvard. En España somos poco dados a presumir de nuestras raíces, y más en un tiempo en el que la gente presume de extasiarse con determinados programas televisivos de consumo musical facilón y tachan de soberbio o elitista a quien lleva a gala sus verdaderas aptitudes o progresos intelectuales. En poco más de un año la Universidad de Salamanca conmemorará sus 800 años de existencia: del 1218 a 2018. Las cifras ya lo dicen todo y yo lo celebro, como corresponde. Se trata de mi USAL, mi alma mater. 

David Ferrer




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