Influenza





(Artículo publicado en El Diario de Ávila el martes 10 de enero de 2017 dentro de la columna Club Diógenes)

En pleno siglo XVIII, cuando los ingleses (las capas altas, se entiende) comenzaban a ser verdaderamente influyentes y tomaron la gentil costumbre de viajar a Italia, se desarrolló en este país una ferocísima epidemia de gripe que ya se conocía allí como influenza. Es una anécdota lingüística y cultural bastante conocida, que da muestra de la permeabilidad del idioma anglosajón pues desde entonces se puso de moda hablar de influenza o de “flu” para referirse a la gripe. Como las epidemias nunca llegan solas, o porque uno tiene siempre conectado el sistema de radar lingüístico o literario, me acordé de este vocablo ante la profusión en las redes sociales, especialmente Instagram, de un extraño palabro como “influencer”. ¿Alguien que propaga la gripe? ¿Un vendedor a domicilio? ¿Qué es un influencer? Es posible que usted, que ahora mismo lee con desgana este artículo mientras saborea el café que le permite su pausa del trabajo, se halle en estos momentos cerca de un verdadero y genuino influencer, pues para serlo sólo hace falta cierta habilidad en redes sociales y, según el tema, un cierto dispendio en el vestir. Así, ese maniquí atildado que destaca en medio del bar. Más cerca, puede que lo tenga en casa en forma de universitaria postadolescente con cuenta en inditex. 

Ahora piensa uno en el esfuerzo realizado para no ser nunca influencer. Esto es, alguien a quien se debe seguir en cuestiones particulares como moda, estilo, política y que constantemente muestra en público sus opiniones y tendencias. No, desde luego, en forma de ensayo u obra de arte, sino en lo más inmediato, como son una serie de fotografías publicadas en Instagram o semejantes. Ni siquiera, como decía, trata uno de ser influyente a través de esta columna, pues la media docena de lectores que me siguen están, creo, bastante bien adocenados e instruidos. Piense usted más bien en esos centenares de fotografías que se toma su hija adolescente o universitaria, que cataloga con decenas de etiquetas tipo #outfit #lookoftheday #graciasamanciortega y que cuenta con miles de seguidores del uno al otro confín. Exacto, tales fotografías se propagan como las antiguas gripes. Reconózcalo: sí, su hija es una influencer, una blogger, una style top, o al menos así lo cree y así lo manifiesta. Tenga claro que tanto esfuerzo “influenciador” le está viniendo a usted en forma de cargo a la tarjeta de crédito. Así que ahórrese los consejos para su carrera universitaria pues la aspiración máxima ha devenido en esto, en una especie de sarampión postverdadero, como dicen ahora los comentaristas. 


Como decía, en medio de esta gripe pasajera y tonta del siglo XXI, sigo en mi convencimiento de no querer ser modelo ni influencer. Para eso están estos eternos jóvenes con sus miles de seguidores y ante los cuales difícilmente te puedes convertir ya en competencia. De hecho, como agua y aceite, ciertas actitudes no casan con tal oficio. Hace escasos días, subí a mi cuenta de Instagram la foto de unos libros. Al rato, perdí cinco seguidores. Buen viaje. Como decía Franco el grande, es decir, Franco Battiato, “viva la juventud, que afortunadamente pasa”. Y bien rápido que pasa.

David Ferrer

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