Navidad vintage

(Artículo publicado en El Diario de Ávila el martes 19 de diciembre de 2017 dentro de la columna Club Diógenes)





Aunque ya no nieve, al menos hasta la fecha en que se ha redactado este artículo, y los niños ya le escriban directamente la carta de peticiones de regalos al odioso fantasma sonriente  de Amazon, uno sigue manteniendo ciertas costumbres cuando se acercan estas fechas. La Navidad, ese maravilloso invento de DIckens, supone un juego de ilusiones que retrotraen siempre hacia el pasado. O lo haces como lo recuerdas desde hace treinta años o todo se convierte en una bufonada carnavalesca sin sentido. Comentando esto con una antigua alumna me dijo sutilmente que soy muy vintage. Dice el Oxford Dictionary que “vintage” significa “algo propio del pasado pero de gran calidad”. Ni tan mal. 

Pensaba en estas cosas mientras hacía cola en la oficina de Correos de la ciudad. En mi mano el paquete de felicitaciones autógrafas a la espera de su sello, algo que repito ya desde hace unos 25 años.  Esperábamos pacientes la cola de la estafeta: los presentes, en su mayoría malhumorados, aguantaban estoicamente su turno como el que espera recibir la sopa boba del hospicio, sin saber si le tocaría sólo el caldo de gallina o, como premio gracioso, el trozo de menudillo. Allí cada uno se entretenía en la demora como pudiere: jugueteando con su móvil, hojeando algún catálogo absurdo o dirigiendo la mirada al suelo, que es lo más común en estos casos. Lo curioso es que la mayoría acudían al lugar con las manos vacías, en la actitud de recibir y no de entregar, lo cual me reafirmó de nuevo, tal y como me habían etiquetado, en mi actitud vintage pues era el único que acudía con un manojo de sobrecillos llenos de encantadoras palabras, o al menos esa es siempre mi intención navideña postulante. Cuando uno hace cola, sea donde sea, se crea un sentimiento de hermandad en los pacientes: una mirada compasiva hacia el anciano que aguarda, una actitud misericordiosa hacia la madre que trata de sostener al ya fatigado retoño o un gesto de indolencia hacia la señora del perrito que también empieza a impacientarse (especialmente de su dueña, pesada como pocas). Así, en esta cola diversa, como la que nos espera en la entrada del Averno, pasábamos los minutos y casi la hora. Iban saliendo, sin embargo, estos compañeros de fatigas con las manos llenas. Portaba cada uno un paquete de la odiosa multinacional, ante lo cual parece que quienes no compramos a través de la compañía de Seattle, no sólo somos vintage sino que, seguramente, nos hemos convertido en la disidencia, la resistencia y la contracultura. Así que como consuelo pensé que, ahora que se premia todo, o la cárcel o una medalla nos espera por tal atrevimiento, seguro. Conseguí finalmente acceder al puesto de la funcionaria de Correos, que hacen una meritoria labor en estas fechas aguantando como pueden las prisas y los malos humos de los receptores de paquetes, y le pregunté si ya no existían sellos como los de antes, y no una etiqueta autoadhesiva con un código QR, como la que se estila ahora. La mujer se sonrió, no se sabe si por lo inesperado de la pregunta o quizá por lo vintage de la petición. Creo que las cartas salieron finalmente expedidas así que, amigos, no olvidéis abrir el buzón en estos días: el verdadero, no el del móvil o la aplicación de mensajería. Veréis allí un sincero detalle que va convirtiéndose en algo perecedero. Felices fiestas.

David Ferrer




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