Sí, ministro

(Artículo publicado en la sección Club Diógenes de El Diario de Ávila el martes 13 de marzo de 2018)

La memoria sobre los acontecimientos es subjetiva y variable aunque no así las cronologías, como tampoco las sensaciones que dejan en el presente. Podemos traer aquí lo que decía Walter Benjamin: “La historia es objeto de una construcción cuyo lugar no lo configura ese tiempo vacío y homogéneo, sino el cargado por el tiempo-ahora”.  ¿No se entiende? Veamos este pasado-presente de una forma más didáctica en forma de diálogo:

- Señor ministro, llaman unos de Ávila pidiendo no sé qué proyectos para revitalizar la ciudad, que anda algo hundida y decadente. 

- ¿No les vale con santa Teresa?
-  Me temo que no, señor ministro, quieren algo más cercano.
Bueno, bueno, dígales a estos avileses, o como se llamen, que ya pensaremos y que vayan buscando un prado para acondicionarlo y establecer allí alguna feria, algún evento, alguna expo.
- De acuerdo, ministro, les montaremos un Prado.
Los años pasaron: llegaron centenarios, nevadas, alcaldes, diputados. Se cayeron los árboles, las cigüeñas se desmadraron y pensaron que esta era una ciudad de recreo y veraneo con tantos parques vacíos y tantos circuitos pavimentados que la circundan; se presentaron miles de libros pero cerraron librerías, se inventaron nuevas cofradías y los alcaldes dispusieron nuevas áreas comerciales; se impuso un peaje, llegaron nuevos partidos y nos hicimos del siglo XXI. Pero el ministro seguía en Madrid y ya no era el mismo.

Señor ministro, que llaman unos de Ávila preguntando por un raro proyecto que les habíamos prometido.
- Ay, cómo son los de provincias, dígales que en el Prado sobran cuadros, y que recibirán un par de Cranach, unas tablas flamencas bien vistosas, un sucesor de Caravaggio y, si nos cuadra, en el lote les metemos un jamón y unas litografías taurinas de Goya.
- Así haremos, señor ministro, que en provincias saben bien valorar el arte de las pequeñas cosas. 

Pasaron los años: los adoquines de la calle del Palacio de los Águila decidieron que continuarían con su baile, hacia arriba, hacia abajo, con delicadas y finas ondulaciones que jugueteaban con la salud de motoristas y viandantes. Pero nada cambiaba en esa zona. Se rehabilitaba algún palacio, abría algún restaurante y las cigüeñas persistían en sus alocados viajes. Las cigüeñas son, en cualquier caso, más constantes que los ministros, aunque tampoco sean las mismas. En su despacho de la calle Alcalá miraba el ministro el retrato de alguno de sus predecesores cuando el subsecretario osó importunarlo:

Señor ministro, que llaman unos de Ávila preguntando por un extrañísimo proyecto de cuando nuestros presupuestos se contabilizaban en pesetas.
- Dígales a los de Ávila que van a tener una salita.
- ¿Cómo una salita, señor ministro?
Una sala pequeña, con diminutivo. Y allí de vez en cuando les colgaremos un cuadrito.
¿Eso también con diminutivo?
Depende. En el almacén del Prado tenemos unos cartelones y unos retratazos decimonónicos que miden cerca de dos metros.
¿Y con eso se contentan, ministro?
Más es menos. Lo que se lleva es esto. Minimalismo. Introspección. Nada de museos, nada de grandes proyectos. Una salita cómoda, limpia y blanca, donde quepa tanto un botijo como un Barceló o un bodegón barroco. Pero que sea limpia y blanca.
Vamos, señor ministro, que les vamos a hacer algo blanco, fácil y ecléctico que más que museo parecerá una sala de curas.
Eso, buena idea, que lo llenen de curas, que allí sobran.
Bien dicho, señor ministro, es usted un genio.

David Ferrer


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