¿Qué fue mayo?

(Artículo publicado en la sección Club Diógenes de El Diario de Ávila el martes 8 de mayo de 2018)

La anécdota la contaba el periodista milanés Indro Montanelli. Puede que fuera cierta y él la recogiera in situ o puede que, con su habitual ironía maquiavélica y enjuta, Montanelli simplemente quisiera ironizar con un estado de ánimo. Cuenta, en definitiva, que en el París del año 1980, mientras el cadáver de Sartre era saludado y llorado por las masas parisinas, un joven se tiró desde una ventana al paso del cortejo fúnebre. Montanelli, fiel a su ironía, afirmó que este pobre muchacho probablemente nunca había leído una obra del pensador pero que, al menos, había logrado estar un momento cerca de su ídolo, aunque los dos estuvieran muertos. Jamás sabremos, si eso fue cierto y jamás tendremos datos acerca de quién fue el suicida, aunque da para una novela. Claro está, desde luego, que estos movimientos forman parte más de una escenografía llena de dramatismos y gestos que de verdaderas lecturas y profundidades. El entierro de Sartre no consistió sólo en la incineración de un cadáver ilustre sino que se convirtió, muy a pesar de algunos, en el toque funeral de una época que se había iniciado, como pueden ustedes imaginarse, en el famoso mayo de 1968.

Se cumplen este mes 50 años de los archiconocidos eventos parisinos. En unos tiempos en los que no existían los vuelos low-cost y cuando las redes sociales parecerían un producto absurdo de un novelista de ciencia ficción, cuesta creer que hubiera allí tantos testigos. Pero mira que lo han vendido bien, mira que han sabido crear una fantasmagórica propaganda sobre unas revoluciones de calle de perfecta escenografía. Es Daniel Cohn saltando una valla o mirando con sonriente desdén al gendarme. Son Simone y Sartre repartiendo panfletos y fumándose una pipa.  Es el oscuro escritor George Perec atusándose la perilla. El dramatismo de algunas de las imágenes contrasta con la nadería aburrida de muchos de sus textos, probablemente ilegibles e incomprensibles para un lector culto de nuestra época. Por suerte, a uno la etapa universitaria le pilló en ese momento en el que los estertores de ese mayo del 68 se habían borrado del panorama de las facultades y sus proclamas eran objeto de saldo en las librerías. Cierto es que, 50 años después, hay quien pretende revivir esos momentos pero su recreación se limita a la re-edición de lo más potable de aquellos autores o, en el peor de los casos, a realizar alguna performance o escrache en un oscuro pasillo de una facultad de humanidades. 

Así las cosas, de ese mayo a este mayo, esos 50 años pasaron para algunos como una máquina de asfaltar, potente, pesada y borradora. El propio Montanelli definió a sus seguidores y a sus consecuencias como una “bella turba de analfabetos”. Es bueno rememorar, conmemorar y estudiar aquellos bienintencionados movimientos pero uno piensa siempre que no cualquier tiempo pasado fue mejor. De aquellas intensidades y dramatismos, nos hemos quedado en el “no dramas, please” que enuncian en esta primavera tardía algunas influencers. Del megáfono a pilas a las historias de instagram. Y las únicas congregaciones o masas que se aguardan son las de la final de la Champions o los que confluyen cada tarde de mayo en la plaza de todos de Las Ventas de Madrid. Pues eso, sin dramas ni soflamas, en este mayo de 2018, yo no pienso en 1968. Creo que me importa mucho más, y es más revolucionario, lo que hagan la terna y sus cuadrillas en este San Isidro. 

David Ferrer



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