Ito, ita, illo, illa

(Artículo publicado en la sección Club Diógenes de El Diario de Ávila el martes 25 de junio de 2019)

Mientras algunos estudiantes se preparan en esta última semana de Junio para la segunda convocatoria de la antigua selectividad y otros, rezagados y adormecidos, ultiman convocatorias universitarias, TFGs y toda suerte de trabajos, media España, rezongona y abotargada, se prepara para el habitual cambio de lenguaje que se produce en estas fechas. De la solemnidad invernal, de los superlativos al compás de los hielos y termómetros, pasamos a un castellano en diminutivo, que se saca del cerebro con la misma celeridad con la que se encuentran los bañadores, camisetas y pareos del fondo del armario. Esas prendas mínimas, coloridas, descansan mezcladas con un calcetín suelto y una manta de lana de la abuela, de la que nadie se acordaba. Media España ama el verano, media España quiere un verano perpetuo de playita, terracita, piscinita, verbenita y ligoteo. Media España suspira por abrasarse. Media España venera sin saberlo a San Mauro, quien gozaba del martirio en una olla hirviente. Creo que fue Julio Camba el que dijo que el verano y sus consecuencias tenían algo de pobres. En el fondo, durante todo el invierno uno es príncipe y señor de altas esencias, de bufandas, abrigos ostentosos y calefacción hasta los máximos. Pero, llegado Junio, la ciudad se convierte en un sarpullido de pies descalzos imperfectos, barrigas al aire y cuellos sudorosos. El horror de la chancla y la camiseta de tirantes, el short minúsculo y la pantorrilla peluda en exhibición. El verano es una cofradía del santo y dolorido bochorno en cuya crepitación a cuarenta grados a la solana vive feliz esa media Españita que da la vuelta a unos choricitos a la brasa mientras los niños juegan a ahogarse unos a otros en la piscinita que nos han montado en una tardecita los de Ikea. Y es que el verano nunca es democrático. No puede serlo. No hay democracia donde no hay estética así que, diríamos, el veranillo se convierte en la desolación o prohibición de los pudores. Cuanto más enseñes, mejor. Lo apolíneo se convierte en dionisíaco, los efebos en sátiros y las Venus se barroquizan en Rubens. España es más barroca todavía en verano. Y si bien, algunos intentan salvarse de la quema (literal), otros exageran lo que tienen. Porque más o menos cada cual disimula sus imperfecciones o los estragos del tiempo en los meses frígidos pero a ver quien se libra, salvo la exultante y bendita juventud, influencers incluidas, de la acongojante pasarela Cibeles del verano, ya sea en playita, piscinita o terracita. Pídale peras al olmo que no las da ni me temo que podamos siquiera pedir ya agua a los pantanos. Media España vive, me temo, feliz con este secarral y lo saluda en diminutivo con desparpajo: bienvenido el veranito, bienvenidas las terracitas, los olorcitos y los sudorcitos. Tiempo de piscinita y de playita. Tampoco de libritos, ese utensilio que ya va desapareciendo de dichos lugares de recreo. Una pena. Dicen que fue Dickens quien por un simple cuento impulsó la navidad inglesa pero mucho me temo que el verano actual no tiene quien lo escriba. 


David Ferrer

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