De buena mañana. 12 de septiembre. Errar, corregir.

 (De buena mañana). Errar, corregir.

- Justo ayer comentaba con alguien que se echaba de menos el artículo semanal de Javier Marías. Estará recuperándose, dijimos. Normalmente, antes que el periódico, abría temprano el suplemento dominical preguntándome a quien atizaría o de qué se sentiría insatisfecho. No habrá más artículos, aunque podemos imaginar los temas o personajillos a los que habría zaherido con su peculiar estilo.
- Javier Marías es un escritor de otro tiempo. Para las personas podemos utilizar el pasado, para los creadores, cuya obra permanece, es lícito usar el presente. Sus novelas no son fáciles y te buscan, merodean como timadores hasta que encuentras el tiempo, la actitud de enfrentarte a ellas. La última, Tomas Nevinson, pasó casi un año de reposo en la repisa de mi cama. En abril de este año un día la reabrí y fue todo luz, pólvora, avidez por concluirla. Cuatro días. Para los que éramos jóvenes en los noventa, Todas las almas y Corazón tan blanco fueron dos estímulos. Queríamos ser como Javier Marías. Con 16 años me acerqué al autor para que me firmara su novela de Oxford y se quedó muy sorprendido cuando le hablé largo y tendido de la ciudad. Dicen que era hosco, antipático, tímido o que rehuía el contacto. Acepto la timidez pero las veces escasas que lo he tratado no me pareció nada huraño.
- ¿Qué se hace en la agenda con el teléfono de un muerto? ¿Lo conservamos como un homenaje? ¿Se borra de forma protocolaria? En mis contactos del móvil está el teléfono fijo de Marías. Tuve que llamarlo en un par de ocasiones para intentar su presencia en alguna actividad. Cuando esperabas el tono de llamada, a veces saltaba un fax, un mecanismo obsoleto a todas luces pero que para Marías resultaba vital y necesario. Fue amable y declinó sendas invitaciones.
- No solo el fax. La máquina de escribir. Ahora que, gracias a los ordenadores, los móviles, los buscadores, los correctores, tenemos todas las facilidades para lograr la mejor de las escrituras, leemos peores textos en la prensa. Marías fue fiel a su máquina de escribir. Supone no solo un anclaje tecnológico pretérito sino una manera difícil de desandar lo andado. Errar supone corregir todo. Mucho más que una coma, mucho más que suprimir una palabra. Por eso su estilo es tan complejo y a veces se revuelve contra ti como un tosco ladrillo pero, leído de nuevo, parece una labrada pieza de artesanía. Romper el folio. Empezar de nuevo.
@ Texto y foto D.F.





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