De buena mañana (22 de septiembre) Me puto encanta.
(De buena mañana) Me puto encanta.
- Hay libros bellos e ilegibles. Hay libros bellos y además ricos en contenido. Y hay libros feos, por fuera, por dentro o ambos. Acantilado es una editorial de las que edita bien por dentro, por fuera, por los lomos, las guardas, la solapa y hasta el colofón. Compro un sesudo estudio del italiano Nuccio Ordine, Tres coronas para un rey. No puede ser un título más apropiado para esta semana funeraria y regia. Comienzo a leerlo en el tren. Es ese transporte donde todo parece dispuesto para la lectura pero siempre hay algún viajero dispuesto a romper la tregua. Hoy es un chico con gorra, dos dilataciones y perforaciones en la oreja y una camiseta de un grupo impronunciable. "Déjame ver, me puto encanta ese libro". Me puto encanta a mí también esa expresión. Y me lo arranca de las manos, como el niño que le arrebata el bocata a su enemigo. Lo ojea, abre algunas páginas y decepcionado, supongo, de no encontrar una historia gótica o tétrica me lo deja en la mesa. "Tío, pensé que era otra cosa". El tren sigue su rumbo. Yo también. Me putoencantan estas situaciones.
- Como tengo tiempo deambulo por Salamanca, pero no por la ciudad dorada. Me veo de repente en una calle que siempre tuvo un nombre que podría haber puesto Valle-Inclán, la calle Pollo Martín. Años hacía que no pasaba por allí. Una vía de barrio, de muchos portales, comercios anodinos y casas de los años setenta y ochenta. Fea calle pero que me putoencanta por lo que contaré ahora. Vivía en Pollo Martín una novia que tuve en mis años universitarios. Eso es retroceder mucho. Y no he vuelto a saber de ella. La llamaremos P., no sea que lea estas entradas. Tampoco pasa nada. No diré nada malo. Además del nombre, Pollo+apellido, la calle tenía su aquel. Estaba llena de pisos de estudiantes pero en algunos de los bloques eran frecuentes los pisos de prostitutas. Toda la estética y el interés arquitectónico que no tenía esta calle, lo ganaba con un ambiente jaranoso de golfería y nocturnidad donde coincidían estudiantes que volvían de fiesta, clientes que volvían de fiesta, mujeres que acababan su fiesta. El piso de P. era, sin embargo, lo menos festivo que podría imaginarse en esa calle. Vivían con ella dos hermanas de un pueblo de Salamanca que siempre estaban de mal humor, y siempre estaban en bata. O se ponían la bata porque estaban de mal humor o trataban de acentuar este con la bata. Supongo que se la quitarían para ir a clase. Una bata rosa, una bata azul. Dos batas gordas. Dos chicas de veinte años en bata. Yo hacía chistes sobre todo y sobre el ambiente de la calle y a las pobres se les exacerbaba esa cara de viejas que tienen algunas chicas de los pueblos. Que encima iban en bata. Como si por su rostro ya hubieran pasado no veinte sino cincuenta años. Visto el ambiente extraño del portal a mi me dio por llamar a ese lugar la casa de Polla Martín. Y la gracia quedó ahí: nos vemos en el despacho de Polla Martín, como de costumbre.
Como en aquel tiempo era imposible imaginar que alguien inventara Netflix o las películas en streaming, alguna noche nos quedábamos en un incómodo sillón para ver una película de esas que ponía la 2, cine europeo o cine negro. En una de esas veladas mientras veíamos la película, se oyó un escándalo mayúsculo en la escalera. Voces abajo, arriba, portazos. Como en aquella graciosa comedia de Woody Allen, uno sospecha siempre que se ha escrito un crimen o que va a tener la ocasión de escribirlo. Salimos alterados al descansillo. Con el rostro demudado volvía una de las dos hermanas, por suerte sin bata, escandalizada porque un señor la había confundido con una trabajadora del bloque y le había preguntado por las características y el coste del servicio. Soy una estudiante honrada, decía la pobre, mientras que el señor no hacía más que disculparse, temeroso de que algún otro vecino lo descubriese. Las dos hermanas abandonaron escandalizadas el piso de Pollo, o de Polla Martín, a la semana siguiente, y P., que no encontró reemplazo, se mudó igualmente con una amiga de su facultad. Siempre sentí esa mudanza, pues la calle era una fuente constante de inspiración e historias. La película que veíamos esa noche era de Fellini, para darle más gracia a la comedia.
- Hablan mucho estos días de Lucía Etxebarría. No pienso enterarme de lo que ha hecho o no ha hecho esta escritora, a la que he leído poco o nada. Y no me putoencantan los memes, que es el último reducto de la cobardía.
@ Texto y fotos David Ferrer. 2022
Comentarios
Publicar un comentario