De buena mañana. 30 de septiembre. Con garantía.
(De buena mañana) Con garantía.
- La generación de nuestros padres tenía unas obsesiones recurrentes y fijas. Eran tiempos en los que el buen hacer y el buen parecer convivían estrechamente de manera que el mayor de los oprobios era no poder pagar una letra, dejar a deber la iguala del médico u olvidarse de rellenar la garantía de un nuevo aparato eléctrico. Los que tienen 40 años para abajo, por suerte para ellos y para todos, no recordarán ninguna de estas obligaciones cotidianas ni los tiempos en que los cobros se hacían mediante visitas.
Cuando yo era pequeño me inquietaba la llegada del cobrador del médico, un hombrecillo poca-cosa que esperaba en el rellano con unos papelillos y unas tijeras minúsculas con las que recortaba la parte correspondiente al consultorio médico. Más intrigante, sin embargo, era el cobro de los muertos, el sempiterno, y nunca mejor dicho, seguro de decesos. Mi afición a la fabulación, a inventarme historias por doquier, viene quizá de aquella época donde vivir era cada tarde una novela. Vienen a cobrar los muertos. Los muertos. Yo imaginaba una reunión mensual de cadáveres en el cementerio en la que decidían quien debía pagar. Así que por decisión irresoluble a pie de tumba unas personas normales les debíamos algo a aquellos muertos. ¿Vendrían si no pagábamos? ¿Nos dejarían de esperar?
Como todos aquellos progenitores, mi padre se obsesionaba con el papelito de la garantía. Daba igual si se trataba de una cafetera, un televisor a plazos o una batidora. Toda garantía debía estar rellenada y, sobre todo, sellada por el establecimiento. Rellena bien los datos de la garantía, por si algo falla. Hay que ir a que nos la sellen. Aunque la contienda bélica no la habíamos olido ni en los libros, resultaba esta obsesión una economía de guerra. tener algo fijo, seguro, sellado. Luego el cartoncillo, con sus fechas y estampados reglamentarios, dormía durante décadas en una carpeta. Y la lavadora, el molinillo o el cuchillo eléctrico funcionaban sin más durante años hasta que un día decían que no. Qué pena, decía mi padre, ya no lo cubre la garantía.
- A Tamara se le ha olvidado, parece, sellar la garantía de su matrimonio. Y hemos erigido a esta joven, ya no tan joven. en altar de resistencia, en la Juana de Arco de unos tiempos virtuales, 2.0. A mi me cae muy simpática pero puedo comprender la espantada del otro. Yo siempre he sido muy de espantadas, de abandonar, de salir por la tangente. Si el futuro es la eternidad, si lo que te espera son unas vacaciones en ese parque de atracciones llamado Medjugorje (o como se escriba), yo también habría salido por pies, o por bragueta. Fíate y no corras, decía el dicho.
- Tamaras por doquier anoche en Boadilla. Un señor se paseaba con unos palos de golf. Chicas de pelazo rubio y zapatillas Veja. Chicos morenos con cabello fino, patillas irreverentes y camisas de manga larga con logo Scalpers, Ralph Lauren o Scotta. Ahí donde pueda cada uno. La misa es en una carpa. Una comunión de feligreses en torno a Wily Bárcenas, oficiante del grupo Taburete. Sus canciones son buen rollo, son un subidón de alegría y optimismo, sus letras intrascendentes pero con una tendencia a lo surrealista: "yo no quiero que los jardineros mueran". A veces me pregunto qué hago yo en esas jodas. Luego digo por qué no, si ya de adolescente yo era un pijo. Y en el fondo, caray, qué bien huele el pijerío, qué bien cantan las niñas monas de Boadilla, de Pozuelo, de Serrano. Siempre con garantía. Amén.
@ Texto y fotos D.F., 2022
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