De buena mañana. 20 de octubre. Recordar.
(De buena mañana) Recordar.
- Era un recorrido habitual, una costumbre precisa a la misma hora. Tras un breve descanso después de la comida, iniciaba el recorrido desde el colegio mayor hacia la facultad para llegar puntualmente a la clase de las cuatro. Y durante ese trayecto nos cruzábamos en direcciones opuestas las mismas personas, casi siempre las mismas. Con muchos de ellos no llegué nunca a hablar pero nos sonreíamos o esbozábamos un hola apresurado mientras cada cual continuaba su camino opuesto.
Es curioso que ahora no te acuerdas de alguien a quien te han presentado hace cuatro días y recuerdas con exactitud las caras de aquellos viandantes de hace más de veinte años.
Hay dos personajes que me saludaban siempre con una sonrisa porque estaban siempre en su puesto de guardia, mientras yo caminaba a zancada larga hacia la facultad. Uno era un fraile capuchino, que custodiaba la puerta de su convento, frente al Campo de San Francisco de Salamanca. No sé si habrá muerto o seguirá por allí. El otro era el Doctor Villalobos, igualmente preparado a iniciar la tarde frente a su consulta.
La consulta de este médico era. gracias a su portón y los altos techos que se dejaban ver por la ventana, solemne pero en cierto modo antigua, desfasada. Por fuera se veían unos estucos, algún aparato de diagnóstico y una lámpara de araña. Sin duda era el espacio sagrado de quien debía todo a su buen hacer, a su sabiduría y dependía menos, como los médicos de ahora, de elementos de diseño, cuadros abstractos o un ordenador de gran pantalla. No, el doctor Villalobos era simplemente él. Y su presencia benéfica se contagiaba no solo a los pacientes, sino a los viandantes conocidos a quien saludaba con una sonrisa generosa.
Yo apenas sabía nada de este buen médico. En el cartel ni siquiera figuraba su especialidad. Dado que era una casona antigua, a mi me recordaba a un médico siniestro, como el Doctor Death de 3 a 5, que escribió Azorín. ¡Qué equivocado es el desconocimiento! Con el tiempo supe que el Doctor Villalobos era el hijo de un alcalde y prestigioso ministro salmantino, injustamente represaliado tras la Guerra. Había sido gran amigo de Unamuno y, por lo que se cuenta, el hijo, prestigioso radiólogo, guardaba con tesón papeles, cartas y secretos de unos años oscuros y fatídicos.
He pasado hace unos días delante del portón. La placa del doctor Villalobos sigue puesta, pese a que murió hará más de diez años. Como es lógico, no volví a cruzarme con él cuando acabé mis años de estudiante, pero aún recuerdo su saludo, su sonrisa y esa destartalada consulta a la que nunca entré pero desde la cual, seguro, hizo el bien con excelentes diagnósticos.
- He visto en pocos días dos excelentes documentales: uno dedicado al Grupo poético Cántico, cuyo poeta más conocido fue Pablo García Baena (dirigido por Sigfrid Monléon, en la cadena Flixolé). El otro, Anatomía de un dandy (Filmin), sobre Umbral. Umbral era una presencia potente del que parece que todo el mundo sabe algo, y en realidad, como demuestra la película, escondía un caído, un vencido. Pablo García Baena, por razones bien distintas y más sencillas, vivió también oculto, tímidamente. Umbral se mostró de la manera que quiso, en todas las formas posibles, pero ocultando siempre un dolorido sentir del alma. Son conmovedores los dos documentales, por distintas razones.
- Y tres. Otro recuerdo. Hoy 20 de octubre, pero en 1944, murieron en un bombardeo aliado casi 200 niños y algunos maestros de un colegio al norte de Milán, en el humilde barrio de Gorla. Quedan en el barrio algunos supervivientes, con casi noventa años. El monumento que se levantó en la plaza, y donde se enterró a las víctimas, es de las esculturas más conmovedoras que haya visto uno nunca. Qué importantes son todos los recuerdos, los propios, los colectivos y los ajenos. Siempre que no se tergiverse, pero eso es otro cuento difícil de dilucidar.
Nunca hay que olvidar. No sabía nada de esos niños que murieron. ¿Puedes dar mas información? Gracias
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