De buena mañana. 23 de octubre. Pitidos.

 (De buena mañana) Pitidos.

- En esta sociedad bovina en la que vivimos destacan unas personas que se creen miembros a perpetuidad del Salvation Army, de los Traperos de Emaús o de los Samaritanos con chaleco. Constantemente están avisando de todo. Que si hay una amenaza de lluvia, cuidado a ver por donde vas, que recicles bien, que no veas tal película ni leas a tal escritor, que no digas esto y que no digas lo otro.
Uno de estas samaritanos bovinos me avisa de que tal día probablemente me llegue un pitido por el móvil. Y recalca: no te asustes, es para que sepas que es una prueba que están haciendo de un servicio de alertas. Por si no me ha quedado claro, lo re-envía después al email y nos advierte de que el pitido no significa que haya ocurrido esta catástrofe. La verdad es que me he quedado muy satisfecho con sus explicaciones: como con los cuartos de las uvas, ya sé que esta semana habrá un pitido, que será falso, que no debo sobresaltarme y que de ninguna manera yo debo pensar que Putin nos han lanzado un misil nuclear o que unos alenígenas con cabeza de garbanzo verde vienen a merendar chocolate con churros. Venga, ya tenemos entretenimiento esta semana, a ver cuando llega ese pitido.
- Mi aptitud para el fútbol era nula: la única vez que jugué al fútbol en mi infancia conseguí la proeza de meterme tres goles en mi puerta, lo cual me llenó a mí de gran alegría, algo menos le produjo a mi profesor de educación física y nada, lo que se dice nada, a los miembros de mi equipo que me habrían ahorcado allí mismo. Visto el desastroso resultado, el profesor que, a diferencia de lo que solían ser los profesionales del ramo, era paciente y bondadoso, decidió que ejerciera el papel de árbitro. A mi me entraron dudas metafísicas: ¿cuándo sé que una acción está bien o está mal? ¿Y tengo que correr detrás? El hombre me miró con estupor y me entregó el silbato.
Comencé la honrosa tarea de ser un árbitro. Miraba a un lado, miraba a otro, mantenía cierta prudencia por si me rozaba el esférico, como lo llaman ahora y dejé el pito en el bolsillo. Pero ¡pita falta!, me gritaban unos. ¡Pita, pita! Yo hacía ademanes contemporizadores como para contentar a unos y otros pero el silbato no me lo llevaba a la boca. A saber quién había soplado por ahí, qué babas se guardaban en su oquedad de plástico, qué bacterias habitarían en ese instrumento de poder. Sonó el timbre de fin de la clase, y se acabó el partido sin que yo lo demandase. No hizo falta ningún pitido.
- Uno piensa que estas entradas no las lee nadie. Pero últimamente he recibido un montón de mensajes de felicitación y agradecimiento por parte de antiguos compañeros y habitantes del colegio mayor en el que estuve en Salamanca (el Tomás Luis de Victoria) todo ello a propósito de una modesta entrada sobre novatadas y colegios mayores. Prometo, chicos, escribir más sobre ese tiempo. La memoria es una sucesión aleatoria de pitidos que resuenan desde un tiempo antiguo. Jo, qué fotos añejas he encontrado: qué guapo y qué British, Barbour y Burberrys incluidos, era yo en esos tiempos. Así lo proclamo, sin pitido y sin árbitro.
@ Texto y fotos David Ferrer, 2022
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