De buena mañana. 20 de septiembre. Cómo no querer a Antonio.

(De buena mañana. Sábado 20) Cómo no querer a Antonio.
- Los primeros mensajes llegaron hacia las cuatro de la tarde. Había muerto Antonio Rivero Taravillo Un hombre bueno. Un escritor total. Un voluntarioso insomne de la literatura. En la traducción, la biografía, el ensayo, la novela, la poesía. En todo. Y de tantas cosas que sabía. Ha habido una polémica reciente acerca de la inecuación entre lectura y bondad y, sin embargo, Antonio Rivero era un ejemplo perfecto de esta confluencia. Era un sabio lector, era un profundo escritor y era una persona bondadosa.
Su casa y su biblioteca están en el centro de Sevilla. En la calle Habana. Y por allí he pasado muchas veces. Alguna vez me lo recriminó con su media sonrisa: tenías que haber llamado. Pero yo no quería molestar y menos en estos tiempos últimos en los que a Antonio se le quedó en las fotos una sonrisa forzada, una lucha por sobrevivir. Una de las últimas veces que nos escribimos, le dije: la próxima vez que vaya a Sevilla tomamos un vino. Ya no será. Además de su casa, convirtió este Facebook en su escaparate personal, en un hogar abierto sin una mala palabra y tratando de mediar siempre cuando surgían estúpidas rencillas o comentarios hirientes. En cierta ocasión, un mal poeta, un viejo iracundo, me insultó acerca de un comentario irónico y bien traído. Antonio se disculpó varias veces como si hubiera sido él el culpable. En todo trataba de templar. Y en esta época de egos, de redes sociales desabridas, nos informó de sus nuevos libros sin obligarnos a comprarlos ni reseñarlos. Y quizá por ello muchos los compramos y los reseñamos.
Yo a veces me preguntaba de donde le salía esa capacidad para escribir: ahora un poema, ahora una traducción, ahora un artículo. Y su generosidad para mostrar sus nuevas creaciones en estas páginas. Era generoso con todos y con todo. Hace unos años organicé en el instituto unas jornadas sobre Keats, por su centenario. Fue una proeza: hoy en día armar la belleza en un centro educativo y honrarla es casi contradictorio y hasta mal visto. Se involucró también en ello y, en época postpandemia, nos dio una charla online magnifica sobre el poeta inglés. Fue tan conmovedora su intervención que tiempo después tanteamos la posibilidad de que viniera a Ávila a uno de mis cursos de La feliz Inglaterra. Y de repente...
De repente Antonio, también en Facebook, nos anunció que tenía cáncer. Todos somos idiotas con esta enfermedad tan cruel, menos los propios enfermos que la sufren. Llenamos su correo, su teléfono y su red social de mensajes de ánimo, de que todo va a salir, que esto pasará. Pero en cada foto que subía, Antonio Rivero Taravillo nos hacía partícipes de que la cosa quizá no iba bien. Nosotros notábamos los estragos: la vejez prematura, la sonrisa forzada y congelada, el cuerpo vencido. Hasta ayer. Él era inteligente y nos daba pistas acerca de la fragilidad inminente. Quizá no supimos leerlas.
Voy a echarte de menos por Facebook. Y fuera también, desde luego.

© Texto y fotos David Ferrer, 2025.
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