De buena mañana. 10 de noviembre. ¿Cómo se hacen las cosas?

 (De buena mañana) ¿Cómo se hacen las cosas?

- Visito un taller de forja, donde se aprende a fundir, restallar, infundir el hierro y el acero. Como dice la expresión popular, siempre me han gustado las cosas bien hechas, quizá porque soy absolutamente ignorante en el proceso de fabricación, es decir, en ese extraño recorrido de una masa inmunda que se convierte en cosa, en objeto, en belleza. El maestro del taller explica con emoción los diferentes procesos y nos enseña las bigornias, los yunques, las pinzas y cientos de herramientas precisas que consiguen, exactamente eso, que algo sea cosa. Yo me pierdo en el camino y me veo obligado a preguntarle: pero ¿en qué momento el hierro se funde? ¿qué posibilidades hay de volver al paso anterior? Al maestro le sorprenden mis preguntas, puesto que algunas toman un cariz filosófico. Y me quedo observando un fuego que no se apaga, un fuego que te permite crear algo, bello, útil o provechoso, desde la fealdad más absoluta. He disfrutado. Y se me ha manchado un jersey de cachemire. Culpa mía ¿quién me manda llevarlo a un taller? Con las cosas buenas no se juega.
- Apenas puedo leer en el tren. Las conversaciones por el móvil son constantes, así que no queda otro remedio que entregarse a la novela o a la ficción personal del resto de viajeros. La señora de delante tiene algún problema, para lo cual responde todo el rato: "todo está en línea, todo ya está en línea". Los seres humanos necesitamos un orden, una lógica, y para esta pobre mujer las cosas de la vida o están desalineadas o, como debe ser, están puestas en línea. Habla después de un cocido que tiene que poner, de las patatas que ha comprado, del sobrino que no estudia y del otro asunto que, repite otra vez, "ya se ha puesto en línea". Si es así, me alegro por la viajera y, al fin, cuando quedan diez minutos para la llegada, puedo leer dos páginas.
- El ilustre Gobierno (faltan cabezas, dijo una vez el Conde Duque de Olivares) lanzó un programa denominado bono cultural. Es decir, de nuevo la santificación de lo gratuito. Un antiguo alumno me escribe y me habla de su hermano que acaba de cumplir 18 años y que, tonto sería no hacerlo, se ha sacado el bono cultural. Entre cachondeos, me cuenta que el imberbe ha canjeado (gratis) el bono para hacerse con dos o tres series en Blu-ray y que me las vende a mitad de precio y sin abrir: Twin Peaks, Outlander y otra que no recuerdo. Es admirable este empeño de nuestros políticos por fomentar el rastrillo, el estraperlo, el intercambio chanchullero de las cosas. No me extraña. Ellos mismos, como la oposición, son un baratillo.
© Texto y fotos David Ferrer, 2022
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