De buena mañana. 15 de enero. Peligro fundente.

(De buena mañana) Peligro fundente.
- Autovía. Madrugada. Suena un podcast en el coche. Ese momento para escuchar programas a los que no puedes prestar atención en el tráfago de las horas y las cosas de cada día. A lo lejos avanza despacio una enorme máquina con señales luminosas, que arroja, como los caramelos de las cabalgatas, con saña percutora y horadante, algo parecido a la sal gorda. Se trata en las cabalgatas de traspasar el cerebelo del abuelo; en las autovías hay que vaporizar a los temerarios conductores que van solos por la madrugada. Se lo han buscado. Lo normal es estar en casa.
La señal reflectante en la parte trasera del camión nos indica: "Peligro fundente". Desconozco si falta una coma (Peligro, fundente) o si nos enfrentamos en el coche a un verdadero peligro fundente, que se manifestará tras unas horas como en un apocalipsis zombie. Será lo segundo. Me atrevo a adelantar al camión, quien generosamente rocía mi coche con una solución ectoplasmática y pringosa (como pude comprobar al bajar y cerrar la puerta). Comprendí todo. Ah, esto era el fundente. ¿Y si encima no nieva?
- La literatura está llena de fundentes, también pringosos o ectoplasmáticos como aquellos simpáticos fantasmas de una película cómica ochentera. En mi librería habitual hay cerca de cien ejemplares de las memorias de un príncipe, lo cual suena ya de por sí muy literario, muy rubendariano. Pero en todas partes hay cazafantasmas dispuestos a activar sus radares y sensores que nos descubren (lo he escuchado en el podcast último de La Cultureta de Onda Cero, donde Alsina), que el libraco en cuestión es obra de Moehringer, del que leí hace ya mucho The Tender Bar, El bar de las grandes esperanzas. Nunca más me volví a preocupar por tal autor hasta que ayer, de madrugada, oí su nombre como seguro "fantasma" o "ghostwriter" de las memorias de Harry. La semana y los posicionamientos se dividen entre los que se llevan las manos a la cabeza por tal libro (¡¡una ofensa libresca!!), los que no dicen nada pero lo han pirateado y los que, como yo, sabiendo que hay alguien detrás, un escritor fantasma, ven el libro con cierta curiosidad morbosa. Seguro que trae mucho fundente.
- Escucho a dos señoras de ochenta años a la espera del comienzo de un concierto. Son las más jóvenes de la sala. Los actuantes andaban en tal media. Pero me siento cómodo en ese ambiente y no pierdo ocasión para escucharlas. Tengo debilidad emotiva por la gente octogenaria. Una de ellas perdió a su marido en la pandemia y decidió quitarse los prejuicios y las ataduras y vivir cada día, dentro de sus posibilidades, como si ya no existiera un mañana. Me sonríen cuando pasan delante de mí y dicen: "qué bien, estas son nuestras dos butaquitas". Ese posesivo suena como un triunfo de felicidad. Dos horas después salen entusiastas, han disfrutado: "uy las diez, todavía nos da tiempo a tomarnos algo". Y allá se fueron las dos, con sus horquillas en el pelo y sus abrigos guateados. Yo me habría ido con ellas a tomar algo.
Se ha hablado mucho esta semana de una hortera que presume de ser un Rolex. La tipa, con pinta barbitúrica de no saber ni leer las memorias de un príncipe, da lecciones de algo que le ha pasado en su siniestra vida. Tampoco creo que el destinatario de sus dardos sea mejor. Ni lo sé ni me importa. Las dos mujeres que he tenido delante en el concierto son más atrevidas, más valientes, más feministas y capaces de lo que ha sido ella en su anodina existencia. Unas tenían la belleza atemporal y prístina de la nieve, que siempre es antigua. Gente de la otra ralea no es más que pringoso fundente.
© Texto y fotos, David Ferrer, 2023.
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