De buena mañana. 5 de enero. De colores.

 (De buena mañana) De colores.

- Cinco de enero. En un mes frío y pesado como este, no creo que exista fecha más bella en el calendario. Y causa pavor, duda o arrepentimiento escribir de algo que inevitablemente te lleva a la nostalgia. Porque soy poco dado a la sacralización de nuestra infancia, en el modo que lo hacen tantas páginas de Facebook y tantas publicaciones del estilo "yo era de la EGB". Menudo mérito.
Hace pocos días alguien me agregó a un grupo de WhatsApp para unir, digámoslo así, a una generación de alumnos. Algunos ven todo aquello de colores, otros más en blanco y negro, no por lo oscuro sino por lo difuso. Y no es que uno no haya sido feliz de niño, que lo fui, sino porque siempre veo la vida por delante, las cosas que tengo que hacer este año o los proyectos que me apetecen. Mandan al grupo una foto de aquellos adolescentes. En la última fila, como siempre, castigado por alto, hay un chico de gafas que mira con desgana. Por aquel entonces su ídolo era, por ejemplo, Alfredo Kraus y sabía ya todas las vicisitudes de Oscar Wilde y de Lord Byron. Y eso que me suspendieron una evaluación en literatura porque se me atragantaba el poema de mio Cid. Con La Celestina y Garcilaso saltamos ya al sobresaliente. "Se ha re-hecho como un hombre", dijo en clase aquel querido profesor. No hay nostalgia. Me ha hecho gracia durante unas horas verme envuelto en ese grupo de WhatsApp que, por suerte, no es un túnel del tiempo ni el coche de Marty. Ni por un millón de euros vuelvo yo a aquel tiempo.
- En la nueva librería de El Corte Inglés de Castellana, tan pulcra y ordenada, de la que me entero gracias a las historias de Juanjo Ginés, hay un espacio estrella que es un estante y una rueda de rotuladores de colores. Eso sí que es una nostalgia, oye. Dan ganas de llevarse doscientos. ¿Para qué? No se sabe. Hace poco me dijo Fernando Romera que yo era un cosista, aplicando la palabra inventada por AT. Alude también a esta palabra Marta Riezu en su ensayo Agua y jabón, una memoria conservadora. Me gustan las cosas, como los rotuladores, los lapiceros, porque están siempre en presente, porque las ves, las utilizas, las sientes. Y hoy cinco de enero los Reyes Magos siempre traen cosas. Son unos cosistas en camello.
- De pequeño vi a los Reyes Magos. De cerca. Debajo de mi casa había un local de Telefónica, entidad pública que en aquel momento patrocinaba la cabalgata porque el ayuntamiento de Ávila era pobre y sin ideas. ¿Y ahora? En ese local los Reyes se vestían, descansaban antes de subirse a unos enormes Seat con los que visitaban asilos de ancianos, hospitales, residencias o lo que se prestara. Yo bajaba tan ufano el día 6 y me encontré de frente en el portal con los tres barbados fumándose un cigarro. Supongo que subí las escaleras del susto. Pero no se me quitó nunca de la cabeza el hecho de que estos tres viejos magos fumaran tanto. Yo nunca he fumado y Freud achacaría a ese minitrauma infantil mi desprecio del tabaco. No le doy tanta importancia. La imagen de aquel encuentro breve, insólito e inesperado, ha quedado en colores en mi cabeza. Las barbas, las sedas falsas, las piedras preciosas de plástico, los tules, el armiño. Todo eso solo puede recordarse en color. Y esto sí que es importante y trascendente.
© Texto y fotos, David Ferrer, 2023
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