De buena mañana. 4 de febrero. Hijos.

 (De buena mañana). Hijos.

- Ha muerto su hijo, me avisaron en un mensaje. Es cierto que yo no lo conocía pero sí a alguno de sus familiares más cercanos. Y la frase era, en cualquier caso, contundente, veraz, horrible. Sobre la muerte está todo dicho pero no existe consuelo cuando alguien que ni siquiera ha llegado al "mezzo del camin della vita", se va de forma inesperada. Pasamos por aquí, estamos a nuestras cosas, nuestros quehaceres muchas veces secundarios. Había escrito este joven un libro pero en el tráfago actual de tantas cosas, de tantas presentaciones, de lo que hablábamos un poco recientemente, no nos habíamos percatado de su labor creativa. No sabía nada. A veces la muerte crea sentimientos de culpa en los que se quedan. Ese doble plano de la existencia del creador y de su obra. ¿Quién gana a quién?
- En otras profesiones la muerte no es una entelequia ni una media verdad espiritual. Se ve, se siente, se torea con engaños. Por la tarde, tuve de cerca a José María Manzanares, torero, artista, exquisito. Tanto como su padre, de quien algunos cronistas se mofaban llamándolo el "fino torero de Alicante". Pero es que Manzanares padre era mucho, un espejo, un prodigio de danza del cuerpo con la muerte merodeando a diez centímetros. El hijo es aún más esbelto, aún más bello, una especie de dios griego. Organizaba la animada charla la asociación Juventud Taurina de Salamanca, que cuenta, se dice pronto, con ochocientos jóvenes socios. Dígame usted otra asociación que en una pequeña ciudad alcance eso. Fue una charla exquisita, muy animada, con el tino y la ironía habitual del periodista Rubén Amón. Preguntó este al diestro si en la famosa faena de Madrid al toro Dalia, una conmoción, un prodigio de belleza, llegó a olvidarse de la muerte. Cuando la belleza triunfa no existen otros inconvenientes. No hay más que el propio movimiento, pausado, acompasado, lento. Toda la charla del maestro estuvo trufada de alusiones a papá. No lo olvida.
- En Margen de sombra, un libro imposible de encontrar, dediqué un poema a Manzanares padre. Por avatares extraños ese libro se extravió y nunca le llegó, como me hizo saber el maestro en un encuentro en Valladolid. Otra circunstancia extraña, un error involuntario, radica en que la imprenta que realizó aquel libro lo registró en el Depósito Legal con los apellidos de mi padre y no con los míos. Es una suerte entonces de libro apócrifo, de rareza oculta. Quizá el padre de José María Manzanares nunca llegó a tocar ese libro. El mío, apócrifo autor, falleció a los pocos meses del maestro. Me gusta pensar que hay un hilo invisible entre ambos padres.
© Texto y fotos David Ferrer, 2023
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