De buena mañana. 3 de marzo. Terapia.

 (De buena mañana) Terapia.

- Ayer corté con Colás, tía. El grupito de universitarias se arremolinó alrededor de la despechada. Y yo, como un lince en busca de historias, alargué las orejas que se transformaron en antenas parabólicas. Cortar con Colás es el título perfecto para una docuserie o un relato de autoficción, si la joven quisiera dar el salto de la conversación pasillera hacia el escrito. Pero, bueno, mal que bien, para eso estamos otros. Son historias de pasillos, de bibliotecas, de cafeterías universitarias y aquí está uno como humilde cronista de esta vida pobre y anodina.
La exnovia de Colás había ido esa mañana a clase como pudo. Sin pegar ojo. Sin desayunar. Sin hacer la cama. Sin pasar por la ducha. Sin ilusión. Sin ganas. Sin empuje. Pero tenía una práctica en la facultad y, con Colás o sin él, allí se presentó. El pelo enmarañado, ausente de peine, ocultaba una cara por la que habían pasado las horas del despecho y del insomnio como surcos. Quizá se había puesto lo primero que pillara en el armario: unos pantalones rosas que eran una bofetada a una sudadera marrón de andar por casa. Pero es que nada importaba. Tenía que ir a clase y en un hueco de tiempo poder contarle a sus compañeras lo sucedido.
Las cosas ahora se precipitan por un mensaje de voz, por un audio intempestivo. No son asuntos de cartas ni de parlamentos, no es Romeo en la indefinición temporal de la ausencia de Julieta. Se envía un audio como quien tira la caña para ver si te contestan. Pasa el tiempo y lo escuchado no convence. No hay gestos, expresión, emotividad sino un código secreto de escuchas y re-escuchas que van clavándose en los tímpanos.
Allí estaba la novia de Colás. Sentada en un banco del pasillo desgranando su historia de envíos y respuestas. El tal Colás no contestó a tiempo. Ella se lo tomó a mal. Él contestó con un gif de una serie. El cabreo fue en aumento. Y a las seis de la mañana, con el alba acechando en las persianas, se envió por voz la declaración de ruptura.
El jurado ayer no justificó ni admitió la declaración de la ofendida. Alrededor del banco, cada una con su móvil en la mano, escuchaba con cierta incredulidad la historia. ¿Por qué no me estáis creyendo? las miró sorprendida. Era la hora de regresar a las clases. La más rápida sentenció:
- Pide cita de nuevo para la terapia. Seguro que te ayudan. Colás es un buen tío.
Ellas volvieron a la clase. La de los pantalones rosas se quedó en el banco hecha una piltrafa. Venir a clase para esto. Me dieron ganas de meterme en el asunto y decirle, venga, no te apures, llama a Colás, todo el mundo dice que es buen tipo. Y manda a la mierda a tu psicóloga o a la tonta de esa terapeuta. Pero cualquiera se atreve. Y cómprate unos pantalones de cuero. Pero no. La psicóloga le habrá cobrado treinta euros y le habrá puesto unos ejercicios de respiración ante el espejo. Inspira, espira.
- La víspera en mi curso de literatura inglesa, hice un morboso recorrido por la relación entre Ted Hughes y Sylvia Plath. Cada cierto tiempo, como el ramito de violetas, se vuelve a reivindicar a esta autora, ya sea en publirreportajes, en novelas o nuevas biografías. Pasó una vida breve rodeada de terapeutas que no evitaron un final extremo. Sylvia Plath, de haber vivido en estos tiempos, habría sido una obsesa de los mensajes de voz, a los que Ted Hughes, apático y borde, habría contestado como Colás, por la tangente. No hubo acuerdo en la clase sobre la importancia o no del relato leído. A veces Plath parece más, a veces Plath nos parece bastante menos. Plath, Plath.
- No por audio sino por correo tradicional, he recibido esta semana tres envíos. El cartero de mi calle se ríe cuando sube a casa porque el paquete no cabe en el buzón. Algunos insustanciales, otro sorprendente y bello. Como una goleta del sur, atracó una hermosura que me envía el poeta Joaquín del Campo, a quien conocí recientemente por el Premio Gil de Biedma. Son dos publicaciones envueltas con esmero y realizadas de manera artesanal en su propia imprenta, como si de una tipografía juanramoniana se tratara. Hay gente malgastando su tiempo en audios, y otros dedican los días a componer en tipos móviles, a prensar el papel, a grabar, numerar y encuadernar con mimo. Tengo aquí las dos plaquettes encima de la mesa, como el pájaro duerme en las ramas, que diría Bécquer. Son tan bellas estas publicaciones artesanas de Joaquín del Campo que necesitan su tiempo de caricia y de lectura. Y escribir sobre ellas con más calma. Sin audios.
© Texto y fotos David Ferrer, 2023

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