De buena mañana. 13 de abril. Decibelios.

 (De buena mañana) Decibelios.

- En una ITV cualquiera. Una mañana.
- Dígame los decibelios de su moto.
- Pues no lo sé, no lo he sabido nunca.
- ¿Y va circulando sin saber cuáles son los decibelios?
- Tampoco conozco mi tensión arterial.
- Bueno, deje, en algún sitio estará puesto.
El hombre empuñó el acelerador como si quisiera arrojarse a un precipicio al estilo Thelma y Louise. Ruido de motor, escape tremando, la metalistería y la plástica alborotada. Si aquello no era el ruido del enigmático chico de la moto sería, por lo menos, el sonido típico del infierno. Ni yo mismo sabía que mi moto, pobre, desvencijada y antigua sonara tanto.
- Esto se nos pasa de decibelios.
- Normalmente no suena tanto.
- Agarre la placa de la matrícula, que vibra y nos sube el nivel.
El hombre del mono volvió acelerar, un rugido metálico con petardeo que le habría inspirado media docena de poemas breves al futurista Marinetti. Mientras tanto yo en cuclillas sujetaba la placa de la matrícula que, según él, aumenta en un punto o varios el nivel de decibelios.
- Habría que desmontar la matrícula para que no suene.
- Desmontarla se desmonta pero a ver quien me la pone luego
Y ahí seguí yo sujetando en una posición incómoda y a todas luces vergonzosa hasta que el empleado se dio por satisfecho.
- Sí, estamos al límite pero la moto pasa.
"La moto pasa" me hizo trasladarme a aquellos viajeros antiguos por oriente cuando en un inesperado control, entre miedos, desfallecimientos y súplicas, esperaban oír la respuesta de quien estaba al mando: "la caravana pasa". Y así fue, al menos dos años de respiro antes de volver a este lugar, donde nunca entiendo nada y sé resolver bastante menos.
- Anteayer acudí a Correos, lugar también incierto donde ocurren siempre cosas estrambóticas, por un aviso de recogida. Venía el paquete de Valencia, y no eran naranjas. Ni de allí ni de la China. Por contra, Pre-textos me enviaba cortésmente un ejemplar del nuevo libro de Juan Martinez de las Rivas, largamente esperado. Hizo la casualidad que me encontrara con el propio autor en la estafeta: faltó algo de niebla, unos empleados con anteojos y bigudíes recortando estampillas para que el sitio donde se encontraron el escritor y el próximo lector fuera verdaderamente una estafeta, que es hermosa palabra ya en desuso. Y sí. Recogí el libro de M. de las Rivas y empecé a leerlo anoche. Bueno es poco. Ya escribiré de ello.
- La desventurada foto de la ministra con su marido guitarrista, anterior vicepresidente, parecía sacada de otro tiempo: desde los tiempos de las misas (resucitoooó, resucitoooooó aleluyaaaa) ha tenido uno poca simpatía por las guitarras amateurs. Pero quizá es lo que pretendían: ser pretendidamente viejunos, amateurs, desprofesionalizados, casposos. Es una especie de vanitas postbarroca donde cada objeto, cada pose está ya vencida, ajada, inservible. Es un contra-icono a lo Warhol. Un país del nunca jamás. Un olvido. Como no tienen vecinos, no habrán soportado los decibelios. Seguro que cantaban canciones de Raimon o Luis Pastor por decir algo moderno para ellos.

© Texto y fotos David Ferrer, 2023.
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