De buena mañana. 8 de abril. Estar en otra parte.
(De buena mañana). Estar en otra parte.
- A los taxistas de Milán les gustan los clientes inquisitivos, los que no se cortan, los de la llaga. Es ahí cuando se vienen arriba, no solo automovilísticamente (son Nuvolari sobre una pista llena de obstáculos, patinetes, atascos y semáforos) sino en su locuacidad. La tarde milanesa, fruto de una huelga salvaje en los transportes públicos, había devenido en caótica y estrepitosa. De repente un taxi era el elemento más codiciado, mucho más que una botella de agua en el desierto. A la ópera, abrigos en mano, pajaritas y tacones, iban llegado melómanos y especies allegadas. El espacio delantero del Teatro Alla Scala se convirtió en una especie de intercambio, raudo y agreste: allí de donde salía un hombre mayor trajeado y una señora con vestido, se abalanzaba un pobre desesperado para recoger el taxi sobrante, en el cual tal vez habían quedado unas notas difusas de Chanel o de Acqua di Parma.
Converso con uno de los taxistas sobre el Milán actual y tomo notas mentales para un libro. Está ya en mi cabeza a falta de ordenarlo y escribirlo. Me dice que se ha comprado una casa en Kenya. Yo pregunto si es el nombre que se le da a alguno de los quartieri alejados del centro, una suerte de barrio residencial y no, me dice que Kenya, Kenya, de donde viene el café. Tiene allí un apartamento de dos habitaciones, luminoso, cercano a las playas, donde piensa pasar los dorados días del retiro. Milán solo algunas veces, a visitar a los hijos. Lo que para nosotros es un día caótico, una huelga, el tráfico, para él es media vida cotidiana in fretta, velocissima: una ciudad donde, como dice el refrán, nadie camina despacio. Como veo que nos acercamos al destino, en la otra punta, le pregunto sobre el alcalde de Milán, el controvertido Beppe Sala. "Si lo nombras podemos tener dos o tres palabras fuera del coche". No me atreví a contarle que lo felicito y me felicita en las navidades.
- Si en Milán el tráfico y la distancia te desborda, en Ferrara la situación peca por defecto. Hago lo posible en sus calles para que no me atropelle una bicicleta. Señoras y señores de ochenta años se transportan en este medio de una manera somnolienta, como si de una escena surrealista de Buñuel se tratara. Me reafirmo en la idea de que Ferrara es la ciudad más insólita de Italia. Si en Milán se llega tarde a todo, en Ferrara se llega siempre pronto. A las diez ya estábamos listos para la recepción en su Ayuntamiento. Alguien del grupo me pregunta el por qué de ese interés: somos peregrinos en una tierra silenciosa y desértica. El alcalde quiere darle la vuelta a todo, relanzar esta ciudad en medio de otras grandes, en una ribera del Po donde nunca paran los autobuses. En unos meses llegará Bruce Springsteen. No sé yo si Ferrara y la masa será un matrimonio de conveniencia. La quiero silenciosa, lenta y demorada. Como hasta ahora.
- Me encuentro en Ferrara con Vittorio Sgarbi, el célebre crítico de arte, el polemista, el senador, el tertuliano, el actual responsable italiano de los museos, del arte y la cultura. El problema de Sgarbi no es el mismo del taxista: Sgarbi está en todas partes y quiere estar en todas partes. En una deliciosa exposición sobre el Renacimiento de Ferrara, se mueve como pez en el agua, con una linterna en la mano, mostrando detalles aquí y allá. Una hora después estará en otro sitio. Mañana quién sabe donde. En tres días sacará otro libro. Hay gente que sabe buscarse un sitio aparte; y gente que está en todas partes. Yo creo que soy un poco Sgarbi.
© Texto y fotos David Ferrer, 2023
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