De buena mañana. 26 de mayo. Blanco, prístino y puro.

 (De buena mañana) Blanco, prístino y puro.

- Un nuevo local gastronómico en Ávila se anuncia como genuino e histórico desde 1860. Supongo que algunos de mis antepasados ya estaban por la ciudad. Entré con curiosidad en el nuevo espacio y me llegó un olor a pintura y aglomerado barato. Hay entre los diseñadores de hostelería una obsesión por lo diáfano, una especie de vértigo de Marie Kondo donde nada moleste y todo sea blanco, prístino, puro. Miro a un lado y a otro y me da la sensación de estar en un local flexitariano o vegano de Malasaña para comerme un poke o una tostada de aguacate con kombucha. Una conocida mía, muy pija, me recomienda siempre las virtudes naturales de la Kombucha. A mí me suena a grupo terrorista de Malasia. En fin, si lo que importa es esa supresión del pasado, no entiendo que se incorpore el reclamo de la fundación decimonónica del establecimiento. O somos una cosa o somos otra.
Yo sí me acuerdo de niño del local original. Era todo caoba, espejos y lámparas de araña. Te atendía una señora mayor simpatiquísima con una repetición extraña del saludo. Era su modo de ser amable: "buenas tardes, buenas tardes, buenas tardes". Como mi colegio estaba al lado, mi padre iba a buscarme hacia las cinco de la tarde y entrábamos a comprar una palmera o un lazo. La señora, medio oculta tras una enorme caja registradora dorada, me daba siempre un par de caramelos: unas veces tocaban de anís, que no me gustaban, pera era día de suerte si tocaban los de limón. En aquellos años, tendría yo siete u ocho, aquello me parecía el no va más de la elegancia. Aquel local suntuoso, de salón de té inglés, se reformó totalmente en los noventa para convertirlo en una anodina tienda de diseño, trazada seguramente por un ignorante con un máster en I+D en una escuela universitaria privada. Y encima ya no hay ni caramelos. Pero hacen hummus.
- El otro día mientras daba un paseo me topé con un corrillo de periodistas y un destacamento de policías barbados y fornidos. Y tres curiosos. Llegaba la ministra de Igualdad a dar un mitin para cuatro amigos. Es norma habitual: da igual el partido que sea, a los mítines van solo veinte convencidos como mucho. Me quedé a lo lejos observando el protocolo de llegada de una ministra. Al fin y al cabo, en una ciudad como Ávila tampoco hay otros entretenimientos. La joven ministra llegó en una furgoneta de cristales tintados, de esas que desde los ochenta usan los toreros para llegar a la plaza y poder trasladar con comodidad a toda la cuadrilla y el esportón y los hatillos. Por maestría, en las plazas de toros baja primero el torero y le acompañan después el apoderado y los subalternos. Aquí sucedió al revés: se abrió la puerta y bajaron dos chicas entradas en kilos que se dedicaron un rato a mirar a un lado y a otro. Lo hacían inquisitivamente y realizaron una radiografía de las veinte personas escasas que estábamos en la plaza. Como ni yo ni los demás teníamos pinta de armar ninguna gresca, la oronda subalterna, una vez comprobada la ausencia de peligro, abrió el portón de la furgoneta, y sacó en volandas a la ministra, la cual cruzó la acera como un colibrí por los juncos. Yo lo que detecté fue miedo. Estas gentes, ya con sus despachos, sus cortesanas, sus edecanes, subalternos y sus cargos, tienen miedo. Miedo a la otra gente, la normal. Miedo a que les digan algo.
- Ayer di mis clases de inglés en una interesante exposición hiperrealista de la Fundación Ávila. Como ni el arte abstracto ni las instalaciones contemporáneas tienen utilidad alguna, al menos unos cuadros con escenas cotidianas sirven maravillosamente para que los alumnos aprendan a expresarse o mejorar su vocabulario. El sentido práctico del arte. Le pese a quien le pese.
© Texto y fotos David Ferrer, 2023.
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