De buena mañana. 4 de junio. El pellizco.
(De buena mañana) El pellizco.
- Antes del acto con L.A. de V. el pasado martes, dimos lo que él llamó "un paseíto". "Pero, tranquilo, no soy como Brines". Hacía alusión el escritor a Francisco Brines, uno de los últimos Premios Cervantes, quien en una ya antigua visita a Ávila nos dejó a F.R y a mí literalmente agotados. Y eso que teníamos veinte años menos. Quiso entrar Brines en todos los sitios: le interesaba cada palacio, cada convento, cada iglesia de Ávila y en cada una de ellas prestaba atención al último retablo. Por la noche, después del acto, se marchó tan campante para Madrid sin el más mínimo asomo de agotamiento. Villena, por su parte, prefiere los paseos tranquilos y selectivos.
Como la tarde en Ávila amenazaba lluvia, entramos en algunos sitios seleccionados para evitar así el chaparrón vespertino y consuetudinario. En Mosén Rubí nos franqueó el paso una monja. La buena mujer, viendo que traía ilustre compañía para visitar el templo, quiso hacerse la simpática: iba dando luces a nuestro paso y reiteró varias veces que ahí estuvo enterrada la mujer se Suárez. Como no pusimos gran entusiasmo ante tal descubrimiento, lo repitió tres veces: "aquí estuvo la mujer de Suárez". Cuando salimos, Villena dijo: "le ha faltado a la monja darnos un pellizco" para ver si le hacíamos caso.
Frente a San Juan de la Cruz recitamos algunos de los versos del Cántico Espiritual. No sé si fruto de eso, supongo que sí porque el mundo de los santos es así de vengativo, empezó a caer finísima lluvia. Así que nos metimos en el Museo de Caprotti. La funcionaria de la puerta se vio sorprendida por la inesperada visita en un museo que está siempre solitario. Vimos los cuadros con gran interés: su parecido con Sorolla, con Anglada Camarasa, con Solana, con Romero de Torres. Caprotti fue un pintor que bebió de todo un poco. Un retrato de juventud de López Mezquita, que retrata a un Caprotti algo dandy, fue lo más interesante. Pero como a la salida seguía la lluvia benéfica, Villena recordó: ya lo decía Octavio Paz, es la hora del gintonic.
- Y comenzó la hora del gintonic. Crea este una familiaridad encantadora. No produce la borrachera de otros licores pero suelta la lengua y propicia la conversación chispeante. Así estuvimos un rato hablando de este y de aquel. Como la mayoría de los que hablamos están vivos, a los que les dimos un buen pellizco, no dejaré constancia de ello por aquí. Los pellizcos literarios son más dolorosos y dejan más secuelas que los de una monja.
- Hace pocos días le solté aquí un pellizco a un establecimiento de la ciudad. Cuando entré de nuevo pasados pocos días, me retiraron el saludo y la cortesía. Es gratísimo pensar que, para bien o para mal, tiene uno tantos lectores dispersos por el mundo. Y lo que no es el mundo.
© Texto y fotos David Ferrer, 2023
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