De buena mañana. 2 de julio. Cuadernos de vacaciones.
(De buena mañana) Cuadernos de vacaciones.
- Una ventaja enorme de los carnavales, de las procesiones y de las fiestas orgullosas es que si no quieres estar, te dejan el resto de la ciudad para ti solo. Un sevillano me decía que su momento favorito era el encendido de la Feria de Abril. No queda un títere ni una peineta por el centro. Ayer en Madrid lo mismo. Entre vacacionistas que salían bufando de la capital y los merodeadores del orgullo, que se concentraban en un par de barrios, quedó la ciudad vacía, solitaria y silenciosa. El horrible verano tiene siempre algunas cosas positivas.
Sentado en una terraza a la sombra, algo solitaria, te dedicas a contemplar las pintas del personal. Hay algo desaforado en el verano, una suerte de reivindicación del feísmo en el atuendo que todo el mundo justifica en los rigores del calor, en el solazo, en el sudor y en el asfalto. A partir de los cuarenta años y de los treinta grados no queda nadie guapo en el verano. Ellos con unos pantalones cortos que muestran piernas blancas, venosas y varicosas, unas sandalias de postguerra y aquella camiseta eterna que lleva años en el armario. Las mujeres, sin embargo, han encontrado mejor acomodo en vestidos vistosos algo largos. El verano es la hoguera de la democracia, la opresión de la igualdad. Como para celebrar elecciones en julio.
Frente a la terraza donde estaba sentado había una librería de segunda mano, de esas que sacan sus mercancías a la calle. A la gente le gustan mucho esas gangas, los libros en oferta a 1,90 y a 3,99 aunque sea ese éxito que en su momento no leíste y que no sabes por qué deberías leer en este momento. Cansado ya del análisis estético de los viandantes, me fijé en los que se acercaban a esta almoneda. El perfil del comprador de resumía en tres posibles: el hipster treintañero que se lleva un libro difícil de Bolaño, que por supuesto tampoco va a leer. Menudo es el verano para andar con esas exquisiteces y con niños al lado. Los abuelitos que con todo cariño llevan un cuentecito a los nietos. Y, finalmente, la madre rencorosa. Me enterneció ver a esa pareja de ancianos elegir con tanto cuidado el libro perfecto para los nietos. Hablaban muy bajito, pasaban las páginas y se sonreían cuando encontraban el título adecuado. El perfil de la madre rencorosa era mucho más agrio. Acumulaba en el brazo cerca de diez o quince cuadernos de vacaciones. De esos que se empiezan en julio pero la férrea disciplina del verano va aguándose poco a poco y quedan ahí sin acabar cuando llega agosto. Quiero pensar que la pobre mujer tenga diez hijos o sobrinos y compraba solo uno a cada uno. Porque como tenga un solo vástago le van a caer ejercicios de lengua o matemáticas hasta el fin de los tiempos. Pobre.
- La tarde anterior había terminado de correr cuando en el jardín-huerto escuché un grave y rápido chapoteo. Un hermoso pájaro de cola verde había caído en el aguadero de riego y luchaba sin descanso por su vida. Con un caza mariposas conseguí sacarlo y ponerlo a buen recaudo. Quedó allí en el suelo aterido, tembloroso y asustado. No más, porque no creo que el agradecimiento esté entre sus virtudes. El pobre pajarito debía de tener un ala en mal estado y de ahí la torpe y casi trágica caída. Le dejé algo de comida y un poco de agua. No sé si habrá recuperado el aliento y el vuelo. No me ha escrito.
- Somos en verano como los pájaros: o volamos en bandada o de forma metódica y solitaria. Junto a este espacio, este hortus conclusus, pasa a menudo una chavalería, largos grupos de preadolescentes, que andan cursando algún campamento veraniego. Como no los veo, simplemente los oigo, compruebo los briosos cantos campamentales de los primeros y cómo este ímpetu va atenuándose poco a poco.
Son siempre una selección de cánticos surrealistas que se perpetúan por generaciones. Supongo que estos chavales en sus ratos libres escuchan a Bizarrap o al tal Quevedo pero aquí acometen con entusiasmo grandes éxitos como "¿Quién robó pan en la casa de San Juan?" o "Soy una taza, un cucharón". Primero van los esforzados, los que disfrutan de estos heroicos retiros estivales; luego ya los que se sienten animados por los monitores; después los tímidos y, por último, los solitarios, que no cantan porque solo padecen. Me siento muy identificado con estos últimos. Sea con cánticos o con plegarias, un campamento de verano es la mayor de las tragedias.
© Texto y fotos David Ferrer, 2023
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