De buena mañana. 18 de noviembre. Lo que pesa.

 (De buena mañana) Lo que pesa.

- Pedí tres libros en la biblioteca. Cuando me los trajeron puse cara de sorpresa: su tamaño y su peso. Pensé evidentemente que serían unos manuales en cuarto y me trajeron tres volúmenes de arte de gran formato que necesito para preparar mis cursos.
- A ver si puedes con ello - me dijo la joven bibliotecaria.
Como la semana pasada cumplí 50 años, noto, o al menos creo, que ahora las palabras vienen cargadas, que no son inocentes. Probablemente no sean más que ligeras paranoias del cambio de año y que, por el contrario, lo que la buena bibliotecaria quería decir era el más puro dato objetivo: me llevaba tres volúmenes pesados, gigantescos.
Unos minutos antes había estado en el refugio de Suso, mi antiguo librero en la añorada Hydria de Salamanca. Regenta ahora un despacho al que ha llamado El diván del Bibliopolá. Es un servicio personalizado de venta de libros para amigos y conocidos. Cada vez que vas, tomas café, charlas un rato y te llevas los libros encargados. Me los dio en una caja y me advirtió:
- No cargues mucho con ello, que los libros engañan.
. Me quedé con la frase. Los libros engañan. Al mediodía en mi otra librería habitual, la de unos grandes almacenes, estuve rebuscando por las estanterías, en esa pesca habitual que hacemos los lectores. Al verme allí el librero que me atiende habitualmente:
- ¿Qué tal estamos, don David? ¿Tenemos algo pendiente de recibir?
Caray, es que son cincuenta, ya me han puesto el don por delante. Han contratado a una chica como refuerzo en esta temporada navideña. Como vio que me llevaba cosas poco usuales, me recomendó un par de libros bonitos que acababan de salir:
- Llévate Caparazón de Ginzburg, es una preciosidad.
¿De Natalia Ginzburg? Ya tengo muchas cosas.
- No, no, de otra escritora italiana, Lisa Ginzburg. Es un libro muy emotivo.
Como no quise contradecirla en su primer día de trabajo me llevé el libro de esta italiana para mi desconocida. Veremos qué tal. Al menos es cortito y no me hará daño en los brazos y en la espalda.
- Ha habido estas semanas muchas chanzas, comentarios jocosos unos y otros desabridos sobre el libro con el que una periodista a la que no sigo se ha llevado el Premio Planeta. Ayer lo tuve entre las manos por curiosidad y, en efecto, no pesa. Es ligero pese a la encuadernación en tapa dura. El gramaje del papel es liviano lo que hace que esas 480 páginas no sean un tormento. No ocupa en una estantería más de lo que ocupa un libro de Javier Cercas, pero con este no se meten. No me lo llevé, en cualquier caso, por la misma razón que en mi casa tampoco entra un brik de sopa de Hacendado. Porque no me apetece. Lo de los libros es como el peso de las almas en los egipcios: cuerpos voluminosos con almas livianas, cuerpos enjutos que albergan almas grandes. Quién lo sabe. No veo, en todo caso, razones para tanta polémica. Si yo escribo una mala novela, pergeñada a ratos y me ofrecen el Planeta, tonto de mí si lo rechazo. Tontos, pero muy tontos son los que se presentan. Y más tontos los que pierden el tiempo en leerla para descubrir lo evidente: que un sobre de Gallina Blanca nunca puede ser como el caldo de cocido de Lhardy.
Cada cosa tiene su peso.
Este día de otoño se hizo primaveral. Y estos contrastes no pesan. Cosa fina.
© Texto y fotos David Ferrer, 2023.
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