De buena mañana. 3 de diciembre. Todo, nada, evanescencia.
(De buena mañana) Todo, nada, evanescencia.
- Parece que a algunos políticos locales no les ha hecho mucha gracia mi columna de esta semana en El Diario de Ávila. Tanto mejor. Todo lo que digan me importa nada. Hablaba allí de los requerimientos para ser político y, fundamentalmente, para ser ministro. Lo podemos resumir en una palabra: nada. Uno de los síntomas de esta nadería es que tienen tiempo para todo (entiéndase el contraste nada/todo) y hasta les da por publicar libros.
La editorial Península, que antaño era independiente, nos anuncia el nuevo libro del presidente llamado Tierra firme. Decía Indiana Jones que cuando crees estar en tierra firme, todo empieza a desmoronarse. En cualquier caso, uno de los grandes misterios de la vida es saber quién compra los libros de los políticos. Los acólitos, seguro. Algunos periodistas también. ¿Y del resto? No creo que aparezca envuelto en ninguna casa bajo el árbol de navidad el próximo seis de enero.
A los políticos les da tiempo a todo gracias a que no hacen nada. A mí me pasa lo contrario: finalmente no hago nada porque quiero hacer todo. Veamos: doy clase todas las tardes. Sumo varias horas de cursos por las mañanas. Todas esas actividades hay que prepararlas y bien. Los domingos son días propicios para ello y a veces no me da tiempo a tener hilvanado todo como me gustaría y voy haciendo horas extra por las vísperas. Cuando en una semana me toca artículo, entregar un texto, acudir a un acto o resolver un compromiso social ya voy con la lengua fuera. Y vienen entonces los sacrificios: esta semana sacrifico el deporte o el ejercicio, quito unas horas de lectura o de música...
El viernes, por ejemplo, me liquidé cerca de cien obras como jurado para un premio del Ayuntamiento de Ávila. En breve debo hacer lo mismo con el de Nava de la Asunción. Todas las clases y cursos al completo. Por la tarde conseguí el don de la bilocación: adelanté una clase a las tres para poder escaparme antes a la presentación de los cursos de Fundación Ávila. Dije en público unas palabras y, corriendo, de nuevo hacia otra clase. A las nueve era un cadáver.
Los políticos van a cócteles, sesiones, reuniones, entrevistas y no se despeinan. Admirable.
- Se casaba ayer Juan Ortega, el torero de la despaciosidad y del temple. El niño mimado de los aficionados del arte. Parece que le entró un ataque de pánico y una hora antes anunció que no iría a la iglesia. ¿Razones? Las suyas, muy íntimas, no sabemos. Me siento muy cercano a Juan Ortega. Nadie se quiere casar conmigo porque yo haría lo mismo: a la hora de anudarme la corbata, diría: ¡qué pereza, no me presento! Nada.
- Encontré junto a un contenedor lo que parecía una figura de Chillida. No lo era pero tenía el mismo valor. Se trataba de un elemento herrumbroso procedente del escaparate de una peluquería. Un utensilio de formas rectas y diagonales que serviría para mostrar un acondicionador o un nuevo tratamiento para la dermatitis. Medía menos de medio metro pero era sólido y bien repujado. Si tuviera dos metros algún alcalde lo habría pagado a buen precio para adornar una rotonda. Me lo llevé, por supuesto. Pienso ponerlo en la parcela y poner una pequeña placa: Evanescencia IV. Chillida. Años setenta. Todo vale lo mismo que la nada.
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