De buena mañana. 21 de enero. Graffiti.

 (De buena mañana) Graffiti

- Camino todas las tardes hacia el trabajo por una calle solitaria. Desnuda en todos los sentidos. Unos edificios abandonados y una larga pared emborronada, horror vacui, con eso que de manera intencionada han dado por llamar graffiti (grafito en castellano): le asignas un extranjerismo a algo para darle cierto glamour marginal. Se elige una pared desnuda o abandonada y se le da sin miedo brochazos o pasadas con spray. Después, viene la sociología urbana. Nuestro Bronx. Nuestro East End. Nuestra Comasina.
La calle es más solitaria cuando vuelvo de noche. Son las calles más seguras. No hay atracador que aguante la intemperie. A la ida me cruzo con las mismas personas. Y ellas conmigo. No sé qué pensarán de mi. Yo simplemente catalogo lo que veo.
- Un joven atleta ha tomado la calle desértica como pista de entrenamientos. A lo largo de la acera dispone conos, unos obstáculos. Cuando paso está haciendo siempre el calentamiento. Nunca lo veo realizar los ejercicios.
- Tres chicas jóvenes se esperan en la calle para ir a clase. Hablan del fin de semana, de la serie de Netflix, del cumpleaños de la amiga.
- Un señor se fuma un cigarro apoyado en su coche. Se queda mirándote por si vas a pedirle o preguntarle algo.
- Más allá dos chicos aprovechan el hueco del muro para fumarse alguna sustancia ilegal mientras se beben una bebida energética que se llama Monster. Quien inventó tal marca fue un genio del branding.
- Un chico disfruta con su perro. Grande, peludo, algo cansado. Le propone juegos, ejercicios, saltos y vueltas. Disfruta más el chico que la mascota.
- Al final del recorrido, una señora aprovecha un resquicio del sol y espera. Espera. Nunca sé quien la recoge.
Pasadas unas horas hago el mismo camino. Desierto. A veces hay una niebla espesa y yo camino deprisa. No hay nada que ver ni anotar mentalmente.
- Está tan desatado el panorama de las presentaciones de libros en la ciudad que todo parece la misma calle solitaria y su catálogo. El libro de cada tarde es el grafito. Parece siempre el mismo, así a golpes de spray un poco rápidos. Los asistentes son actores de reparto. Está el hermano, el cuñado, el compañero de trabajo, la amante y los vecinos mayores del que ha publicado. Se aplaude un poco, se venden quince ejemplares y se dan, como mucho, unas pastas. Cosas así suceden en cada ciudad de provincias cada tarde. Hay una señora incluso en la ciudad que ha hecho como quince firmas de libros en un mes. Se instala aquí, ahora allá, en una librería, en un supermercado, en una biblioteca y en una plaza. Supongo que a cada firma irán los mismo actores de reparto. Lo que no sé es si les firmará de nuevo el libro o irá haciendo sobre lo firmado como un repaso al estilo de las sombras y perfiles tridimensionales que hacen los grafiteros por las tardes. Lo bueno de practicar una jornada laboral vespertina consiste en tener una excelente excusa para desaparecer de eso que llaman la vida cultural, la cultureta, de la ciudad. Soy como un fantasma del que raramente se habla y que nunca comparece.
- Ayer, sin embargo, acudimos al espectáculo del agua, del deshielo y las crecidas. Son tan poco habituales un río desbordado, unas aguas salvajes y el estruendo potente en su caída, que las márgenes y la presa estaban de bote en bote. Mucho más que la presentación de un libro. Las compuertas de la presa estaban abiertas y el desagüe era pura poesía. A esas cosas sí me apunto.

© Texto y fotos David Ferrer, 2024
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