De buena mañana. 20 de agosto. Eléctrico.
(De buena mañana) Eléctrico.
- De camino a Villamayor, a las afueras de Salamanca, veo una enorme estación eléctrica. Con toda seguridad abastece a media ciudad. Paro el coche en una vía de servicio y hago una foto. ¿Una foto de esa estructura ordenada de torretas y de cables? Claro, hay belleza en todas partes.
Más allá de la valla se acerca un guardia de seguridad, un vigilante privado o la denominación que tengan.
- Pues es realmente impresionante.
- Me alegra que lo vea así, estamos tan acostumbrados a la electricidad que ya no la valoramos.
- ¿Le sorprende a usted también?
- Mucho. Si mi turno de trabajo es de noche veo unos amaneceres increíbles entre las líneas. Y si se espera hacia las nueve y media (miró el reloj para decirlo) verá qué atardeceres.
- Sí, tienen pinta de ser impresionantes. ¿Y no le da miedo?
- Antes sí. Nos decían que tuviéramos cuidado por los sabotajes y los atentados. Pero aquí no para nadie.
- Bueno, yo he parado.
- Porque será usted curioso.
- Lo soy. Bueno, que termine bien la jornada.
- Gracias, vuelva otro día.
- Después de dos o tres años me encuentro con Fernando R. de la Flor en su nueva casa. No debe de ser fácil para alguien que ha sido tan importante en la universidad, en la escritura y en la investigación, vivir el retiro de la jubilación. La casa es preciosa. De nuevo, como la estación eléctrica, tiene esa belleza técnica y precisa que le proporciona el cemento y las líneas seguras y paralelas. Le pregunto si aquello fue la morada de un artista, quizá de un arquitecto, un diseñador. No sabe, contesta con cierto misterio. Pero estoy seguro de que lo sabe. Fernando todo lo sabe. En la parte superior están algunos de los recuerdos que poblaban su despacho en la Facultad de Filología, en el Palacio de Anaya: objetos de guerra, un ajedrez tallado a mano y la foto de Aníbal Núñez, del exquisito poeta. Hay un silencio en la parcela que emana de las aguas tranquilas de la piscina, del césped, de las flores. Confiesa que a veces se aburre en tal tranquilidad. Para trabajar a veces es bueno un poco de vida social, de tráfago, de movimiento. Apuramos el Negroni y me despido hasta septiembre. Está ahí cerca. Todo está muy cerca.
- Llamo al gimnasio para darme de baja. Esperamos verte pronto, me dicen. Un gimnasio es una estación de ida y vuelta. Nunca te detienes, nunca vives allí, nunca consigues nada. Cuántos aparatos, cuántos cuerpos allí y qué poca belleza.
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