Burbujas de papel



(Este artículo fue publicado en El Diario de Ávila en la sección Club Diógenes el 3 de diciembre de 2013)

Las pompas de jabón sobre las que ironizaba Antonio Machado o aquellas burbujas  más dolorosas pero igual de transparentes y sutiles que poblaban las meditaciones y bodegones de nuestros pensadores barrocos son la metáfora perfecta, como decían estos clásicos, de la Vanitas, del orgullo. Así, no resulta extraño que desde lo puramente literario y reflexivo haya pasado esta simbología a la conversación cotidiana e intrascendente: la charla de café, la tertulia televisiva o el somero artículo periodístico. Por delante de nuestros ojos han desfilado las burbujas inmobiliarias, automovilísticas, energéticas, la burbuja del gimnasio, la de la caridad interesada, la burbuja política (verdaderas y pringosas pompas) y otras menos agradables.

Se ha celebrado el pasado viernes el Día de las Librerías, una festividad verdaderamente necesaria para estos momentos de descrédito del análisis profundo y de la necesidad de lentitud en la lectura: las mejores librerías españolas ofrecieron descuentos, celebraron actos festivos o reivindicativos y abrieron sus puertas hasta bien entrada la noche. Por el contrario, pasó desapercibido el evento en nuestra ciudad (donde todos sabemos que las cosas novedosas llegan algo despacio y la iniciativa particular es dolorosa y escasa). Y resulta curiosa esta ausencia en una ciudad que puede presumir de albergar el mayor número de actos literarios por semana: días en los que los pobres asistentes a los mismos deben elegir, como si de un quinario o novena se tratara, entre quedarse en casa con un buen libro o lanzarse a un empacho de palabras.  Duda uno de la trascendencia de estas presentaciones, pues está claro que la literatura (la alta literatura, especialmente) es más un ejercicio solitario e íntimo entre el lector y unas páginas o, como mucho, entre un amable y experimentado librero que selecciona, orienta y aconseja.

Es por ello por lo que nos encontramos ante una burbuja editorial que alcanza en ocasiones proporciones de farsa y picaresca. Como las pompas que finalmente explotan, este material ha de engrandecerse de manera desproporcionada: los premios amañados, las presentaciones sin público o las pícaras y desvergonzadas editoriales de pago. Son, por supuesto, hablando de este último caso, ediciones intrascendentes, de nula calidad en su factura y escasísimo interés en cuanto al contenido pero que, como los etéreos y acuosos elementos, obnubilan al despistado lector y engañan con cantos de sirena a vanidosos escribientes y confiados redactores. El resultado es ya conocido: se publica mucho, se lee muy poco y se vende nada. Pero frente a este engaño, quede aquí nuestro homenaje a ese grupo de libreros entusiastas que el viernes celebraron su día sin perder el optimismo y, por supuesto, a ese grupo de editores independientes que aman la buena literatura. De ellos habría que hablar mucho (prometo hacerlo). Y también, en un caso opuesto, de la burbuja de Amazon y su tiranía. Burbuja de papel o pesadilla.

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