De papel

(Artículo publicado en El Diario de Ávila el martes 8 de septiembre de 2015 dentro de la columna Club Diógenes)


Esta columna que ahora lee el interesado o despistado lector (son ya tres los cursos en los que El Diario de Ávila me acoge mensualmente para insertar unas líneas bajo el solitario rótulo del Club Diógenes) no es accesible por otro canal que no sea el papel. Cierto es que alguna vez, tras su pertinente publicación en la sección de opinión de este medio, amplío su recepción a través de mi web o en alguna de las redes sociales que frecuento, aunque no es esa la intención primera. Por el contrario, esta columna se escribe para ser leída en un medio tradicional, de cabecera y ámbito local y en un formato de los de siempre. Es frecuente, por ello, que muchas personas me pregunten qué me lleva a aceptar una colaboración periódica como esta con la que difícilmente mejoraré mi peculio ni, por supuesto, obtendré relevancia en los ya manidos índices de popularidad de las redes sociales.  Las características y la repercusión de esta columna ya vienen prefijadas por el título general con el que nombré la sección, aludiendo, como se sabe, a aquel venerable club imaginario de caballeros solitarios y misántropos frecuentado por el hermano de Sherlock Holmes. Y sí, en ocasiones alguien me para por la calle para decirme que me ha leído o para agradecerme tal o cual apunte, si bien poco más sé cada mes de la recepción de estos artículos. La respuesta, en definitiva, que esgrimo ante esos enamorados y obsesionados por el tuit o el like de Facebook se resume en tres puntos esenciales: sería una pena que se perdiera un periódico local, de los de papel de siempre; me agrada esta intimidad sin receptor aparente de la columna tradicional y, por último, una columna como esta supone para mí, como autor, un sosiego en la marejada permanente del espacio virtual.

Algo parecido he pensado al leer uno de los libros más emotivos y profundos de la reciente poesía española, publicado por Visor este mismo año: se titula Confiado y es obra del poeta y profesor Juan Antonio González Iglesias (ya tienen aquí los datos, para acudir veloces a su librero de siempre). Es toda una declaración vital y optimista que tan pronto nos conduce desde el ideal humanista de fray Luis de León como nos sumerge en el vértigo a veces apetecible de lo cotidiano. En uno de los poemas más hermosos, que bien podría definirse como una bienaventuranza para muchachos 2.0, dice González Iglesias: “Benditos los ignotos, / los que no tienen página / en internet, perfil / que los retrate en Facebook, / ni articulo que hable / de ellos en wikipedia (…) Benditos los ignotos / los que tienen / todavía / humanidad”.  Así deseo yo estas líneas. Y que el rugoso, perecedero, sucio, efímero e inútil papel de periódico las acoja mucho tiempo, aunque tal vez no sepa jamás la opinión de mis lectores. 


David Ferrer


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