120 y más
(Artículo publicado en la sección Club Diógenes de El Diario de Ávila el martes 27 de noviembre de 2018)
Eran otros tiempos, otra cultura y otras modalidades de comunicación. Allá por los años noventa apreció uno por primera vez en las páginas de El Diario de Ávila. Nada de importancia y, desde luego, nada que merezca la pena rebuscar entre las páginas amarillas de tan larga y centenaria hemeroteca. El motivo, creo recordar, era un pequeño texto literario, tan adolescente, tan naif, que, sin embargo, tuvo a bien publicar Fernando Romera en un breve suplemento de letras que por entonces dirigía para el Diario los fines de semana. El Diario de Ávila, con aquella horrible mancheta de reminiscencias western, era el periódico de casa, el de la suscripción familiar de mi abuelo, mi padre o mi tío José Ferrer, que llegó a ser largo tiempo accionista de la publicación. Por todo ello, no cabe duda de que en ese momento, en ese contexto, como digo, la aparición de mi nombre en letras de molde en un pequeño rincón del periódico local satisfizo la vanidad adolescente de quien, como todos, durante una efervescencia teen, que dura lo que el humo, se creyó por minutos un pequeño Rimbaud o a lo sumo un pequeño dios juanramoniano. Pero como dice el sabio siciliano Franco Battiato, el único Franco bueno, “viva la juventud, que afortunadamente pasa”. Mis apariciones, fugaces o continuas, o mis colaboraciones con este periódico que ahora cumple 120 años han sido más o menos intermitentes. Son ahora ya cinco años, me parece, los que lleva uno en este Club Diógenes que, como pocos saben, es un club ficticio y perfecto para los letraheridos y los solitarios.
Era otra cultura, en efecto. De niños, de colegiales, había visitas obligadas en la ciudad: el convento de Santa Teresa, la fábrica de automóviles (no recuerdo si entonces ya era NISSAN), los Bomberos, a los que aludíamos en mayúscula, y, por supuesto, la imprenta y la redacción de El Diario de Ávila. En una época en la que los niños aún se sorprendían por algo, resultaba conmovedor visitar aquellas oficinas destartaladas y llenas de humo de la plaza de Santa Teresa o, ya más adelante, la enorme nave en un polígono donde se imprimían periódicos de toda España. Veíamos allí con nuestra mirada inocente la ametralladora futurista de las rotativas mientras unos eternos periodistas se afanaban entre el humo de cigarros y periódicos viejos en la complejidad de unas enormes máquinas de escribir que suponían, por entonces, el mayor de los ingenios tecnológicos.
Es otra cultura, otra época. Y los cambios no son malos siempre que no vengan acompañados de una destrucción interesada del pasado. Nos informamos de manera más directa pero 120 años es mucho tiempo, mucha historia en tinta y papel de periódico. Y si no queremos perder la conexión precisa con quienes nos precedieron, es deseable que, como se dice emotivamente en los cumpleaños, expresemos el justo deseo de que se cumplan muchos más. Así, aún mantengo la suscripción familiar a El Diario y, por lo que observo, sigue siendo lo primero que buscan los clientes de los bares. Y, sin embargo, mucho ha cambiado en el interior de estas páginas centenarias. No somos los mismos los que aquí escribimos. Pero gratifica escribir de tanto en tanto en un medio que estaba ya mucho mucho tiempo antes de que viniéramos nosotros. Felicidades.
David Ferrer
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