Pequeño


(Artículo publicado en la sección Club Diógenes de El Diario de Ávila el martes 2 de junio de 2020)

Bunbury, que saca ahora nuevo disco, y que tiene un sobrenombre verdaderamente literario, decía hace tiempo que de mayor quería ya ser pequeño. Hay que valorar siempre lo menudo, lo pequeño. Uno no se ha dedicado a los grandes platos, tampoco ha hecho grandes esfuerzos deportivos a medida que se abrían los horarios y las posibilidades de vida exterior. Bien sabia al principio de este confinamiento que yo no escribiría la gran novela que nunca he tenido en mente y que tampoco leería las obras completas de Galdós, por mucho que el pobre hombre se haya quedado sin su merecido centenario. Joyce ha seguido en su sitio y Proust no se ha movido de su estantería, puesto que, como decía Celine, la vida es muy corta pero ese autor es muy largo. No he visto diez capítulos de una serie por día ni me he atiborrado a pastas o a informaciones falsas. Y lejos de creer en estas nuevas religiones tontas que nos invaden, trufadas de orientalismos light y filosofías a lo Coelho o a lo Coehlo (me da tanta pereza ese personaje que ni me molesto en buscar la correcta escritura de su apellido) considero que la gran virtud es moverte con agilidad y sin lastres en el mundo que vivimos, sea fuera o sea dentro. En el fondo la vida no consiste en hacer piruetas, cambios radicales y muchos menos en convertirte en un santón que amonesta a los otros por hacer esto y no hacer aquello. Así que visto en la pequeña perspectiva, la que nos permite este tiempo extraño del que estamos muy lentamente saliendo, puedo decir que ni he escrito un diario ni literario ni gastronómico y, por más que lo piense, creo que eliminando lo que implicaba reunión, viaje o salida externa, me he mantenido como antes en una alimentación saludable de pequeñas lecturas dispersas y música, mucha música: tanto que creo haber dado una vuelta entera al pequeño universo que me rodea de vinilos, cds y una selección de propuestas interesantes de AppleMusic. ¿Por qué compró uno un libro hace diez años y quedó ahí en esa estantería? ¿qué hacía ese disco aún precintado con su envoltorio de celofán? Quizá la respuesta ha estado en el tiempo, en el que nos ha faltado antes o nos ha sobrado ahora, el que nos ha permitido no hacer ejercicios de saltimbanqui sino en aprovechar los pequeños espacios y lo pequeños tiempos, picotear de aquí y de allá sin necesidad de pretender ser más sabios, más santos, más atletas o más expertos. Como decía Baroja, es una virtud saber aburrirse desde la más tierna infancia, y sobrevivir a un encierro con esta habitual dispersión de actividades y lecturas, no nos hace más fuertes sino más selectivos para así poder afrontar cada pequeño reto, cada actividad pequeña que habrá de regresar, en dosis pequeñas: tomar un café, disfrutar conduciendo, acudir a la librería, comparte ropa, volver a un concierto, pisar de nuevo Las Ventas, sentarte en el avión, pasear sin rumbo o contemplar, si lo deseas, el transcurrir de una hormiga o el vuelo de una mosca. Y escribir un artículo disperso como este, porque me apetece o porque no sé hacerlo de otro modo. Y a los gigantes agoreros, a los antitecnólogos, a los sacristanes de la rectitud, a los que pretenden que volvamos a vivir en Atapuerca, a los filósofos pesimistas y a los impenitentes partidarios de lo grande y apoteósico, que los zurzan. 

David Ferrer.




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